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Es invierno. Hace mucho frío y un conflicto se avecina…
“El jardín de los cerezos” (adaptada y dirigida por Nicolás Pérez Costa) es una puerta para conocer a la familia protagonista de una historia, llena de melancolía, tristeza, valores y diferencias sociales. Durante el año 1904, Anton Chejov escribe esta pieza teatral, la cual está basada en el declive de la aristocracia rusa y el ascenso de la clase más baja.
Durante las dos horas que dura la obra se puede ver reflejada la política -en la voz de cada uno de sus actores, quienes logran contarla de un modo ameno, prolijo y llevadero-.
La casa en que viven sus miembros, está por ser rematada y ese será el puntapié inicial del relato. Cómo lograrán mantenerla, como harán para que su pasado continúe vivo, recordado?
Un hombre, Ermolái Alexéievich Lopajin (Damián Iglesias), los asesora para que realicen un complejo vacacional, ignorando y pasando por alto el valor afectivo que tiene la propiedad. Él les intenta justificar lo poco que interesan los cerezos, ya que cada dos años dan su fruta y el resto del tiempo, nada.
Este espacio no vale como objeto sino como cuna por la cual han pasado varias generaciones. El jardín no es cualquier jardín. Es lo que fue, lo que paralizó a esta familia, lo que hizo que jamás continuaran sus vidas con un propósito o fin motivador. Las personas que habitaron esta casa, pudieron mudarse, regresar y deshacerse de su vivienda -por más lágrimas que corrieran por sus rostros-; ya que sus días son semejantes, rutinarios y estáticos.
Dentro de las mismas paredes conviven los ricos junto a sus sirvientes. Tal como suele suceder entre las clases acomodadas, sus siervos son los mismos a lo largo de la vida, quienes conocen los secretos de la familia, sus pormenores y cada una de sus frustraciones.
Liubov Andréievna Ranévskaya (Rita Terranova), tiene dos hijas: Ania (Renata Marrone) y, la otra adoptiva, Varia (Iara Martina). La señora, quien regresa de París para estar al tanto del futuro de la residencia y sus espacios verdes, comienza a tomar conciencia de varios aspectos y, éstos, transforman pequeñas partes de su temperamento. Por otro lado, su único hermano: Leonid Andréievich Gáyev (Héctor Giovine), intentará -pero no muy convincentemente- evitar el remate de la casa.
Ania, es una muchacha joven que está terminando sus estudios y la inocencia la caracteriza. Ella es una de las figuras más evocadas a lo largo de la narración ya que a partir de su juventud se puede notar cómo es posible lograr un cambio en la familia o en su vida, de a poco; rompiendo con el statu quo reinante. Por otro lado, Duniasha (Cecilia Barlesi) demuestra sus dotes para interpretar su personaje a la perfección. Ella es delicada, cuidadosa, sabe transmitir lo que siente y piensa, sin temor alguno.
También, se puede hacer énfasis en Firs (Leonardo Odierna), realiza una interpretación excepcional como sirviente de esta familia. Todos saben que existe pero no lo tienen en cuenta mucho que digamos. Es que como muchas veces ocurre, la vejez produce el alejamiento de las personas de menos edad. Él dice que no está viejo, que “hace mucho tiempo que vivo”.
Son varios los personajes que se van sucediendo durante la obra pero merecen -sin menospreciar a los demás- un destaque, algunos de ellos.
Semión Panteléievich Epijódov (Agustín Pérez Costa) es otro de los que resaltan por su actuación y composición. Este personaje es muy interesante y es el enamorado de Duanisha. A su vez, Agustín interpreta a un borracho que nos hace reír durante toda la función. Éste es torpe, se cae, desafina al cantar, toca la guitarra y en medio de tanto “talento” intenta seducir.
En cuanto a la institutriz de la familia, Charlotte Ivánovna (Valeria Ruggiero), esboza “tener tantas ganas de hablar y no tener con quién”. Esta mujer esbelta y distinguida, habla lo justo y necesario. Solo decide emitir palabra en el momento preciso. Pero cuando su voz se escucha, se nota su disconformismo para con la familia.
Las muertes son contempladas, los recuerdos, encendidos; pero no hay un factor que los entusiasme como para cambiar y realizar un giro interesante.
El blanco otorgado a los vestuarios y escenografía, demuestra que la riqueza está presente pero a punto de ser abandonada. Ellos no hacen nada para conservar su casa y jardín. Lo dejan ir, como a sus propias vidas. Así es como notamos que la resignación es otro de los puntos a destacar en cada uno de estos personajes.
Liubov acepta la perdida de la casa porque asume haber pecado. Dice haber derrochado mucho dinero. Además, las tragedias seguidas de muertes, aparecen una y otra vez. Como la de su hijo, quien se ahogo y ella, sin poder aguantar tanto dolor, se fue a vivir a Europa. Como si la distancia lograra cicatrizar tremenda herida. Pero así es como se maneja esta familia: haciendo valer su condición de aristocracia.
El único que, posiblemente, salve las tierras familiares, es Leonid. Un préstamo sería la única posibilidad y, en torno a este, girará gran parte de la obra.
También está presente el simbolismo de progreso junto a Piotr Serguéievich Trofímov (Juan Guilera). Él es un estudiante de menos de treinta años, muy inteligente. Este personaje, también, es interesante ya que sus diálogos estarán relacionados a la actualidad del país y sus condiciones. Piotr menciona a la clase obrera y a la correspondiente servidumbre, en contraposición a la alta sociedad. “En la vida real solo hay vulgaridad”. No causalmente es Piotr quien se acerca más a Anita e intenta hacerle ver la realidad por la que está pasando el país en su totalidad. Él, se anima a decirle que su propia familia tiene esclavos en la casa. Ella no se enoja, pero su personalidad no se toma muy en serio las cosas; aunque sí esto hace que comience a decidir por sí misma.
Las luces cambian sus colores, según el estado de la situación que se esté representando. La música clásica -a cargo de Nazarena Mastronardi-, acompañan cada cambio de acto en el escenario. También, los artistas cuentan con sonidos y música a lo largo de la historia, que los ayudan a sumergirse, mejor aún, en la época narrada.
“El jardín de los cerezos” es un clásico que en esta versión logra lucirse y demostrar que con buenos actores es posible narrar una pieza teatral lenta, con un ritmo un poco más ágil.
Mariela Verónica Gagliardi
Escrito
en septiembre 23, 2019