*** ENERO 2023 ***

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Nina, de Patricia Suárez

Nina grande

Un unipersonal sobre la vida de una tal Nina a la que le dicen la gaviota y que recuerda, revive y vive años después, mientras trabaja en el guardarropas de un teatro en donde representan esa noche la obra Tres hermanas de Antón Chejov.

Nuestra obra no es de Chejov,sin embargo debía mantener un aroma chejoviano. El personaje ya no es la misma persona que quedó encerrada en el discurso del autor de aquella época. El personaje es el mismo pero es otro, pasó el tiempo; y Patricia Suárez imaginó un presente de años después.

Nina dialogando con esos ropajes, como si los abrigos fueran su público. No aceptando la reglas del momento, de la sociedad de ese tiempo hacía una mujer sola y ya no tan joven. Una mujer sola pero nunca vencida.

Lucha con sus fantasmas. Escucha su música interna, se escucha y lo pone afuera en forma de palabras, de gestos, de acciones, melodías propias.

Todas esas cuestiones hicieron al desafío de encontrar las formas que nos permitieran llegar a ese contenido intenso, doloroso, alegre y pasional que siempre estuvo en la Nina de Chejov pero trasladado a una mujer que ha vivido todas esas emociones y ha resurgido de sus cenizas.

Cómo buscar una posible Nina de Chejov en el tiempo. Cómo hacerla rebotar por los diferentes tiempos: El de La gaviota, el de su presente y el de nuestro presente.

Autoría: Patricia Suárez

Actúan: Ana Padilla

Diseño de vestuario: Pepe Uría

Diseño de escenografía: Pepe Uría

Diseño de arte: Carina Monasterio

Diseño de luces: Violeta Diez

Realización de escenografia: Gustavo Di Sarro

Redes Sociales: Gustavo Passerino

Realización de vestuario: Patricia Terán

Música original: Rony Keselman

Fotografía: Gianni Mestichelli

Diseño gráfico: Pol Bolea, Shula Maiselman

Asistencia de dirección: Carlos Fernández

Dirección general: Jorge Diez

Clasificaciones: Teatro, Adultos

TEATRO HASTA TRILCE

Maza 177 – CABA

Teléfonos: 4862-1758

Web: http://www.hastatrilce.com.ar

Entrada: $ 250 – Lunes – 19:30 hs – 23/09/2019 y 07/10/2019

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Bordando historias

Nina

Patricia Suárez tiene el don de escribir dramaturgias reales, de esas que se pueden tocar, oler y sentir. Cada vez que leo o presencio una de sus creaciones, me elevo en el aire como si consiguiera en sus textos nuevos paradigmas y nuevos modos de interpretar cuestiones ya conocidas pero poco exploradas.

En esta oportunidad, Ana Padilla, a quien admiro profundamente; recrea a un personaje encantador de Chéjov. Pero, lo interesante es que podría afirmarse una doble autoría ya que la autora le otorga otra mirada y recorrido.

“Nina” (escrita por Patricia Suárez y dirigida por Jorge Diez) nos invita a bordar historias pasadas y presentes del universo chejoviano. Podemos sentirnos en distintas épocas con solo abrir y cerrar los ojos. Con mirar el rodete perfecto que tiene la protagonista, junto a su vestuario antiguo y gastado (gran acierto el no darle una ropa nueva y brillante). Así, cada paso que Nina da en escena nos traslada a sus mejores momentos o a aquellos en que sufrió desgarradoramente pero así y todo siguió adelante por tal o cual motivo.

La dulzura de sus palabras nos permite viajar a su lado bien agarraditos. Ella es la encargada de un guardarropa pero, a su vez, tenemos el agrado de que interprete sus sentires. Hoy es la noche en que se interpreta Tres hermanas, pero ella decide hacer una versión autobiográfica.

Nosotros seríamos una suerte de público que se deslumbra con cada retazo de tela que cobra vida a cada instante.

El espacio escénico circular le otorga movimiento desde el momento en que ingresamos a la sala y, cada parte del mobiliario esta a disposición de ella para que juegue, mueva o desplace a su antojo.

Ella recuerda a quien pertenece cada saco o tapado. Quién está detrás de una suavidad o aspereza, de un color opaco o brillante.

Bolsillos gastados, telas deshilachadas, perchas que ya no soportan el peso y el relato de una mujer que está feliz y cansada a la vez. Esta es Nina, una mujer que fue madre, que fue compañera y pareja. Que no se animó, quizás, a cumplir su sueño de actriz, que permaneció en un detrás de escena pero que ahora devela sus misterios.

Imposible no lagrimear en determinados momentos del unipersonal. Imposible no aplaudirla cuando sube los peldaños para descolgar un vestuario, imposible no pedir que siga rodando por diferentes salas de teatro transmitiendo su pequeña y gran vida.

Cautivar no es sencillo y Nina lo logra, esta Gaviota lo consigue porque tiene alas que se despliegan por donde quiere, porque parece ya no temerle a nada. Porque cuando se toca fondo se puede morir o renacer y ella consiguió lo segundo.

Ana Padilla es arte, es lo que le hace falta al teatro siempre. No lo digo por cumplido sino por honestidad. Puede interpretar un personaje o varios de diferentes géneros. Tal es así que en esta puesta el espectador puede emocionarse, reír, sonrojarse, angustiarse y sentirse identificado con cada partecita de su monólogo.

Ya que me refiero a esto último, cabe resaltar que no parece una sola voz sino muchas: las de antes, las de ahora y las que, posiblemente, llegarán en el futuro. No es un monólogo, es un diálogo con ella misma, con su vestidor, con el público del teatro que fue a ver a Chéjov y con nosotros. Con la Nina que se enamoró y la que sufre en esos años. La que amó y la que guarda recuerdos como en cajitas de cristal.

Un paso, otro más y sus anécdotas compartidas. Sus más sinceros momentos que comparte con desconocidos, los mismos que aplauden, que aplaudimos. El fracaso de La gaviota de Anton Chéjov no le cae en peso, Nina, nuestra Nina, cae con ventaja. Patricia Suárez y Jorge Diez la hacen triunfar desde un comienzo. Le permiten planear por sobre nuestras cabezas, por sobre nuestros ideales y dejarla ser quien ella quiere, sin ataduras.

Teatro Hasta Trilce

Funciones: Lunes 19:45 hs

Mariela Verónica Gagliardi

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Entrevista a Adrián Canale, director de La vida brutal

Adrian Canale

Es Director, Docente, Actor y muchísimo más. Egresado de la EMAD, siempre estuvo en ejercicio de sus profesiones artística y tienen en su curriculum decenas de obras.

Puedo mencionar entre algunas de las últimas: Nuestros hijos, El orden de las cosas, La gran noche y la actual obra La vida brutal.

¿Por qué una versión de La gaviota? ¿Cómo surge?

Los por qué se sostienen, principalmente, desde el deseo de profundizar un texto poético y muy conmovedor que sirviera, a su vez, de entrenamiento y capacitación para un grupo de alumnos de 3er año. La obra surge como trabajo de egreso del grupo de 3er año de la Escuela de formación actoral Pedro Escudero del Municipio de Morón.

La vida brutal es una apología a?

Si tomamos como referencia el significado del término, apología es el discurso que se realiza en defensa o alabanza de algo o alguien. Nada mas alejado de la escritura chejoviana y también de lo que se intenta en «La vida brutal». Nada para defender o alabar. Simplemente mostrar, de manera sencilla y cruda a la vez, el mundo interno y de relaciones de unos seres un poco desesperados y tristes, que no pueden amar a quien quisieran y que no pueden ser amados por quienes desearían.

¿Cómo fue el desarrollo e investigación de esta obra de teatro?

Trabajamos la adaptación sobre la obra original de Chéjov y, también, sobre la versión que hizo Daniel Veronese: «Los hijos se han dormido». A partir de ambos textos y haciendo a la vez una nueva versión, tomando en cuenta las necesidades del grupo, armamos «La vida brutal». En cuanto a la actuación, intentamos que sea lo más austera y sencilla posible, sin sobreactuados y remarcaciones, profundizando sobre los vínculos humanos.

¿Qué fue lo que quisiste rescatar principalmente de Chéjov?

Rescatar la sencillez con que describe las relaciones entre las personas y los deseos insatisfechos de las personas. La profundidad de su poesía y su humanismo visceral y, sin prejuicios, sobre el alma humana. Su mirada piadosa sobre todo.

¿Cómo fue el proceso creativo de la obra?

Se trabajó muy particularmente en el estilo de actuación y su relación con el espacio, ya que la obra se realiza en una casa pequeña, en donde el público está muy cerca y la relación actor-espectador es muy íntima. Esto permite, a su vez, una intensidad potente y, a la vez, contenida. Con respecto al espacio, la obra tiene la posibilidad de adaptarse a distintos espacios…

¿Qué similitudes podrías hallar entre una época tan lejana en que se escribió la gaviota y la actual?

Lo que es universal en Chéjov es la mirada piadosa y delicada del alma humana. Su visión de las relaciones se mantiene en el tiempo, ya que en todas las épocas el amor, el dolor, la imposibilidad de mantener las relaciones, el deseo de reconocimiento; son temas que nos atraviesan. No son temas coyunturales, sino permanentes de todas las personas.

¿Qué expectativas tienen para el festival LATE?

Las expectativas son las de siempre: poder mostrar el trabajo a la mayor cantidad de gente posible, la creación de los artistas de la zona y establecer contacto con nuevos públicos.

¿Qué es lo esencial de la puesta en escena?

Transmitir la emotividad de lo que pasa en escena. Hacer un puente entre lo que le pasa en escena a los actores y lo que le sucede al público con esos temas tan actuales.
¿Con qué se va a encontrar el espectador?

Con un teatro vivo y presente. Sostenido, principalmente, por la actuación y la cercanía del público con los actores.

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La vida siempre será la misma

Después de nosotros8

Una escenografía sencilla, con colores negros y unas reposeras -con franjas verdes-, nos remonta a los años noventa en Argentina. El vestuario nos rememora una época en que no interesaba demasiado combinar, sino estar cómodo. Desde ese lugar, una familia añora su pasado y contempla un futuro diferente, colmado de sueños y fortunas.

“Después de nosotros” (inspirada en el libro “Tres hermanas” de Antón Chéjov), logra transportarse desde Rusia hasta nuestro país, haciéndonos sentir que no es tan complicado imaginar una tierra tan lejana, convirtiéndola en cercana.

Julieta Abriola (quien escribe y dirige la dramaturgia), merece ser destacada ya que recrea una novela existencialista y del 1900, en contemporánea. Todos los interrogantes y cuestionamientos que tuvieron los personajes de Chéjov, siguen existiendo y existirán en todo el mundo -mientras el hombre siga siendo hombre-.

Y con respecto al título de la obra, ¿qué vendrá después de ellos? Esto, día tras día, se lo preguntan a sí mismos y a su entorno. La respuesta a la que llegan es que siempre será igual. Que por más que pasen generaciones y generaciones, años, siglos, el ser humano siempre filosofará sobre su existencia tratando de creer que alguien algún día podrá encontrar la felicidad.

Para quienes no han leído el libro, brevemente les cuento que tres hermanas: Olga (Romina Padoán), Irina (Julia Gárriz), Masha (María Emilia Ladogana) y, un hermano (Andrei), viven en una casa, tras haber fallecido un año atrás su padre. Esa melancolía que los invade, les imposibilita avanzar y encontrar de verdad una felicidad completa. No idílica sino aquella alegría de disfrutar hasta de lo más simple. Mientras tanto, personas del pasado se reencontrarán con ellos, lo que enfrentará aquellos que fueron y los que son actualmente. La niñez y la adultez serán en cierto punto enemigas. También, la presencia de Natasha (la novia de Andrei) no hará más que crear conflictos y enfrentamientos, innecesarios, en la casa; pretendiendo dirigir como si fuera una tirana madre de familia.

En cierto momento, Natasha, le dice en mal tono a su cuñada Olga (quien se desempeña como directora en un colegio): “tú te ocupas de la enseñana y yo del gobierno de la casa”.

Después de nosotros2

Existen muchos aspectos como para analizar de la pieza original y de la puesta en escena, las cuales convergen en las cuestiones más relevantes. Uno de ellos es el personaje recreado para Romina Almaluez (una niñera y mucama), para quien se unieron dos personajes y se le modificaron algunas características. En el libro ruso, la mucama es una mujer mayor a quien se desprecia bastante. En cambio, en la obra, ella es joven y la única que la menosprecia es Natasha, justamente porque no quiere competencia de ningún tipo. Acá entonces se pone en evidencia la lucha de poder: la mujer de Andrei pretende adueñarse hasta de lo que no es de ella, siendo malvada y despreciable, mientras que Varia se muestra como es, con su bondad y humildad que la convierten en una cuarta hermana para las chicas.

Por otro lado, Masha, lleva un matrimonio de esos eternos, sin amor, que actúan por inercia y quedan suspendidos en el tiempo. Hasta que Vershinin (Juan Ignacio Bianco) reaparece y ella se enamora. En ese momento no es tan importante lo que ella siente por él sino que se anima a decirlo, a expresarse y a dejar atrás a la Masha que decía todo que sí para no enfrentarse a su marido y familia conservadora.

“¡Hoy cuando me desperté, me levanté y me lavé, me pareció de pronto que todo estaba claro para mí en este Después de nosotros15mundo!”, pronuncia Irina al principio de “Después de nosotros”. Esta joven de veinte años, aparece tirada en el piso, recordando cuando se desmayó al morir su padre. Un año después, ella cumple años, pero lo que debiera ser alegría en su rostro, de a poco se va empañando por las reflexiones negativas de su entorno. Irina representa el ímpetu de progreso y de romper con el statu-quo. Mientras, Vershinin, confirma que haber sido lo que pretendía la sociedad, no le trajo más que desdichas: “si tuviera que volver a vivir, no me casaría”.

Como antítesis de fluidez, amor, avance y libertad; se encuentra el personaje de Kuliguin (Julián Marcove), quien repite -en todo momento de la obra y el libro- para auto-convencerse, cuánto ama a su esposa; como para no asumir el dolor que le Después de nosotros16provoca la triste realidad.

Hay algo en lo que las hermanas coinciden y es en que deben irse cuanto antes a Moscú (respecto al libro), ya que viven en un pueblo del interior que no las satisface para nada ya que son muy instruidas y desean poder aplicar sus conocimientos en una ciudad importante. En la pieza teatral, están situadas en Argentina, motivo por el cual su sueño es mudarse a Buenos Aires.

También, Julieta Abriola, adaptó cuestiones importantes para la recreación nacional que nos permitieron un mayor acercamiento con la historia: Andrei, no toca el violín (como sí lo hace en el relato original) sino que la guitarra, el incendio planteado como factor detonante en Chéjov, acá se modifica por una inundación. Pero, lo que ambas situaciones climáticas ejemplifican es que la situación familiar se desborda y ya que cada miembro no emprende un nuevo camino, el afuera lo hace por ellos.

Durante la función, una tormenta real se avecinó y esto nos permitió a los espectadores poder sentir -en vivo y en directo- que una ficción puede volverse realidad.

A la vez que Tusenbach (Fernando Contigiani García) recibe constantes amenazas por parte de Solini (Miguel Sorrentino), el amor de Irina queda desplazado y luchan como si ella fuera un trofeo digno de ganar. Estos hombres no entienden nada del amor y su único propósito es mostrar quién es capaz de derribar al otro, como si fuera una guerra.

Los cuatros actos, transcurren y como separación entre uno y otro, los personajes cambian sus ropas delante nuestro. Desnudan sus almas para vestirse con otras telas e ingresar a escena. Durante esos instantes, las luces bajan y podemos reflexionar sobre lo vivido por cada uno de ellos.

Después de nosotros18

Los momentos tirantes se suceden, pasan, transcurren y lo único que queda es ese retrato familiar congelado en el tiempo.

ficha artístico-técnica Después de nosotrosMariela Verónica Gagliardi

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El jardín de los cerezos

El jardin de los cerezos2

La nueva versión de “El jardín de los cerezos” (adaptada y dirigida por Helena Tritek), tiene una visión diferente sobre el clásico de Ánton Chéjov.

Es conocida ya la historia así que no me centraré en ella específicamente, sino que tomaré diferentes citas para analizar esta puesta en escena.

Existen varios hilos conductores que son: la lucha de clases, la sabiduría y la venganza.

En la primera notamos cómo Liuba y Gáiev se aferran a una mansión que nada les importa, que quedó en su pasado, pero su capricho de ver florecer los cerezos es más notable.

Por otro lado está el recorrido marcado por Trofímov, en el que justifica cada una de sus palabras, demostrando cuán banales son los otros.

Y, como último punto, se encuentra la venganza.

Me pareció sumamente interesante el personaje de Alejandro Viola interpretando al comerciante Lopajin.

Este hombre no odia, no se odia, no le teme a nada ni a nadie. Él solo desea realizar una estrategia que le permita honrar a sus padres.

Ellos ya no están para celebrar su logro pero el resto de la servidumbre sí.

Y continuando con el remate del jardín de los cerezos, la clase trabajadora y esclava de los ricos más poderosos, se pueden dividir en dos: los que desean rebelarse y obtener un cambio, y los que están acostumbrados a ese sometimiento sintiéndose parte, de alguna manera, de los hogares para los cuales trabajan.

Los esclavos no tienen identidad, ni nombres, pueden ser reemplazados u olvidados como el caso de Firzi.

Mientras la dramaturgia rusa se sucede, el amor circula, intenta surgir, pero las parejas no lo son del todo.

Sí se afirma el vínculo entre Vania y Trofímov, pero no se hace demasiado hincapié en éste.

Lo más importante de esta versión es la mirada social y la semejanza con cualquier sociedad capitalista contemporánea.

Los cerezos son las riquezas acumuladas, los sinsentidos, la pantomima alrededor de una sala de gala y la no inteligencia de ahorrar cuando ya no existe moneda para despilfarrar.

La justicia llega, los que más tienen pierden algo y los que no tenían saben conseguirlo.

¿Justicia divina?

No. Terrenal.

Las escenografías, estéticamente bellas, glamorosas y, en tonos marrones, decoran la obra.

¿Qué decir de los grandes talentosos actores que no se haya dicho?

Todos se lucen, desplazan, bailan, los músicos acompañan y cada escena se desarrolla deliciosamente.

Las dos horas de duración son muy amenas y podríamos continuar junto a ellos, conociéndolos más, sabiendo los por menores de sus vidas u opinando qué les conviene definir.

Como el comienzo de «El jardín de los cerezos», los cuerpos se mezclan, unen, disocian y separan. El baile es la única actividad que los amalgama sin importar quiénes son, qué quieren o a dónde van.

El jardín de los cerezos ficha

Mariela Verónica Gagliardi

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La nostalgia nos convierte en prisioneros

El jardín de los cerezos2

Es invierno. Hace mucho frío y un conflicto se avecina…

“El jardín de los cerezos” (adaptada y dirigida por Nicolás Pérez Costa) es una puerta para conocer a la familia protagonista de una historia, llena de melancolía, tristeza, valores y diferencias sociales. Durante el año 1904, Anton Chejov escribe esta pieza teatral, la cual está basada en el declive de la aristocracia rusa y el ascenso de la clase más baja.

Durante las dos horas que dura la obra se puede ver reflejada la política -en la voz de cada uno de sus actores, quienes logran contarla de un modo ameno, prolijo y llevadero-.

La casa en que viven sus miembros, está por ser rematada y ese será el puntapié inicial del relato. Cómo lograrán mantenerla, como harán para que su pasado continúe vivo, recordado?

Un hombre, Ermolái Alexéievich Lopajin (Damián Iglesias), los asesora para que realicen un complejo vacacional, ignorando y pasando por alto el valor afectivo que tiene la propiedad. Él les intenta justificar lo poco que interesan los cerezos, ya que cada dos años dan su fruta y el resto del tiempo, nada.

Este espacio no vale como objeto sino como cuna por la cual han pasado varias generaciones. El jardín no es cualquier jardín. Es lo que fue, lo que paralizó a esta familia, lo que hizo que jamás continuaran sus vidas con un propósito o fin motivador. Las personas que habitaron esta casa, pudieron mudarse, regresar y deshacerse de su vivienda -por más lágrimas que corrieran por sus rostros-; ya que sus días son semejantes, rutinarios y estáticos.Héctor Giovine y Rita Terranova en El jardin de los cerezos

Dentro de las mismas paredes conviven los ricos junto a sus sirvientes. Tal como suele suceder entre las clases acomodadas, sus siervos son los mismos a lo largo de la vida, quienes conocen los secretos de la familia, sus pormenores y cada una de sus frustraciones.

Liubov Andréievna Ranévskaya (Rita Terranova), tiene dos hijas: Ania (Renata Marrone) y, la otra adoptiva, Varia (Iara Martina). La señora, quien regresa de París para estar al tanto del futuro de la residencia y sus espacios verdes, comienza a tomar conciencia de varios aspectos y, éstos, transforman pequeñas partes de su temperamento. Por otro lado, su único hermano: Leonid Andréievich Gáyev (Héctor Giovine), intentará -pero no muy convincentemente- evitar el remate de la casa.

Ania, es una muchacha joven que está terminando sus estudios y la inocencia la caracteriza. Ella es una de las figuras más evocadas a lo largo de la narración ya que a partir de su juventud se puede notar cómo es posible lograr un cambio en la familia o en su vida, de a poco; rompiendo con el statu quo reinante. Por otro lado, Duniasha (Cecilia Barlesi) demuestra sus dotes para interpretar su personaje a la perfección. Ella es delicada, cuidadosa, sabe transmitir lo que siente y piensa, sin temor alguno.

También, se puede hacer énfasis en Firs (Leonardo Odierna), realiza una interpretación excepcional como sirviente de esta familia. Todos saben que existe pero no lo tienen en cuenta mucho que digamos. Es que como muchas veces ocurre, la vejez produce el alejamiento de las personas de menos edad. Él dice que no está viejo, que “hace mucho tiempo que vivo”.

Son varios los personajes que se van sucediendo durante la obra pero merecen -sin menospreciar a los demás- un destaque, algunos de ellos.

Semión Panteléievich Epijódov (Agustín Pérez Costa) es otro de los que resaltan por su actuación y composición. Este personaje es muy interesante y es el enamorado de Duanisha. A su vez, Agustín interpreta a un borracho que nos hace reír durante toda la función. Éste es torpe, se cae, desafina al cantar, toca la guitarra y en medio de tanto “talento” intenta seducir.

En cuanto a la institutriz de la familia, Charlotte Ivánovna (Valeria Ruggiero), esboza “tener tantas ganas de hablar y no tener con quién”. Esta mujer esbelta y distinguida, habla lo justo y necesario. Solo decide emitir palabra en el momento preciso. Pero cuando su voz se escucha, se nota su disconformismo para con la familia.

Las muertes son contempladas, los recuerdos, encendidos; pero no hay un factor que los entusiasme como para cambiar y realizar un giro interesante.

El blanco otorgado a los vestuarios y escenografía, demuestra que la riqueza está presente pero a punto de ser abandonada. Ellos no hacen nada para conservar su casa y jardín. Lo dejan ir, como a sus propias vidas. Así es como notamos que la resignación es otro de los puntos a destacar en cada uno de estos personajes.

Liubov acepta la perdida de la casa porque asume haber pecado. Dice haber derrochado mucho dinero. Además, las tragedias seguidas de muertes, aparecen una y otra vez. Como la de su hijo, quien se ahogo y ella, sin poder aguantar tanto dolor, se fue a vivir a Europa. Como si la distancia lograra cicatrizar tremenda herida. Pero así es como se maneja esta familia: haciendo valer su condición de aristocracia.El jardin de los cerezos3

El único que, posiblemente, salve las tierras familiares, es Leonid. Un préstamo sería la única posibilidad y, en torno a este, girará gran parte de la obra.

También está presente el simbolismo de progreso junto a Piotr Serguéievich Trofímov (Juan Guilera). Él es un estudiante de menos de treinta años, muy inteligente. Este personaje, también, es interesante ya que sus diálogos estarán relacionados a la actualidad del país y sus condiciones. Piotr menciona a la clase obrera y a la correspondiente servidumbre, en contraposición a la alta sociedad. “En la vida real solo hay vulgaridad”. No causalmente es Piotr quien se acerca más a Anita e intenta hacerle ver la realidad por la que está pasando el país en su totalidad. Él, se anima a decirle que su propia familia tiene esclavos en la casa. Ella no se enoja, pero su personalidad no se toma muy en serio las cosas; aunque sí esto hace que comience a decidir por sí misma.

Las luces cambian sus colores, según el estado de la situación que se esté representando. La música clásica -a cargo de Nazarena Mastronardi-, acompañan cada cambio de acto en el escenario. También, los artistas cuentan con sonidos y música a lo largo de la historia, que los ayudan a sumergirse, mejor aún, en la época narrada.

“El jardín de los cerezos” es un clásico que en esta versión logra lucirse y demostrar que con buenos actores es posible narrar una pieza teatral lenta, con un ritmo un poco más ágil.

Mariela Verónica Gagliardi

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