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En 1974, el Padre Mugica, fue fusilado. Existen distintas versiones respecto al origen del asesino. Algunos se inclinan porque habría sido un miembro de la Triple A. Mugica estaba brindando una misa en la Iglesia San Francisco Solano (Villa Luro) y, al cabo de un instante, su cuerpo baleado se derrumbó en el piso.
«La bestia rubia» (escrita por Andrés Gallina y dirigida por Tatiana Santana) toma el asesinato y vida del Padre para, a partir de la danza, recrear el antes y después de la sociedad, una sociedad de clase baja -representada por este humilde hombre- que se nutría del peronismo para darle su amor a los más necesitados.
Por esos años, este partido político estaba vedado. Pero los religiosos, de alguna manera, también. Lo espiritual es opuesto a la dictadura. El amor, también.
Mugica, además, era un hombre que se enamoraba, que sentía pasión por el fútbol y el automovilismo. Él, rezaba para que Fangio y Racing salieran campeones. Hasta que optó por dejar de lado sus pedidos y orar por los pobres, iluminándolos.
Rodolfo Eduardo Almirón, supuesto autor material del hecho, barrió a uno de los curas más bondadosos de la historia, por envidia. Que no sea lea como imbécil este comentario. Quien precise derramar sangre para sentir que sus ideas triunfaron y que tiene poder, está en vías de lograr exactamente lo contrario. Cómo puede ser que un embajador de Dios, que le dio tanto a la población religiosa y atea, no pueda estar presente para continuar con su mandato terrestre.
Estratégicamente hablando, un Cura tiene la posibilidad de llegar con sus palabras y oraciones a una gran cantidad de gente que confía en él. En cambio, un uniformado de la AAA, intenta predicar política sin ser político y utilizar la fuerza para exterminar a quien no se pliegue a su movimiento. Tristemente, esa fue la realidad.
La obra de teatro no precisa demasiados diálogos ya que las canciones se encargan de hilvanar una escena con la siguiente, además de utilizar al baile como herramienta total de expresión. La danza contemporánea es la encargada de demostrar lo que pudo sentir este seguidor fiel de la fe al morir, teniendo tanto por hacer en el mundo, abandonando un estilo de vida par ir a otro mundo diferente, para el que aún no estaba preparado.
«Un hombre fue ajusticiado hace 1900 años, en el Monte Calvario, en el Monte Calvario…»
Este verso, suena y resuena en mi cabeza durante la obra y después de la función. Se apodera de mí por la fuerza que tiene cada una de sus palabras, por el acento que se hace en el catolicismo, en los héroes y en la forma que tienen de ver a un hombre común como depositario de su alma, siendo de origen judío.
Jesus de Nazaret, Carlos Mugica. Ninguno de los dos eligió morir de tal manera. Uno crucificado por un pueblo religioso que lo consideraba traidor y el otro por un movimiento político que lo consideraba también traidor.
¿Por qué se lo consideró a Mugica de ese modo? ¿Quién se creyó su asesino para aniquilarlo, considerándose dueño de la verdad?
La palabra del padre no dañaba, enaltecía, mientras sus ojos claros como el mar, brillaban. Es increíble el parecido entre el Padre y el actor Nelson Rueda. Observo una foto de cada uno y sigo encontrando similitudes. Parecen, inclusive, la misma persona, fotografiada en distintos momentos.
Con respecto a la banda sonora, realizada por Rony Keselman, deleita profundamente. Le otorga un peso fundamental a la historia, impidiendo que caiga en alguna ocasión. Cada momento de tensión se escucha, se ve y se siente. Las tres disciplinas (danza, canto y actuación) se fusionan tan bien que deseamos que “La bestia rubia” no finalice nunca.
Todos los actores y bailarines-actores tienen un compromiso enorme con lo que hacen, además de su profesionalismo plasmado en cada movimiento. Laura Figueiras se muestra, al igual que en otras obras, como un ave que levanta vuelo sin pesar. Su cuerpo adopta la postura que ella desea y desde las acrobacias aéreas hasta en el piso transmiten mucho más que una performance. Es ese don innato que no se estudia ni adquiere, es aquello con la conforma como una artista completa, íntegra y distinguida.
Nelson Rueda nos lleva a congregar y plantea la religión de tal forma que no se siente un fanatismo. Él representa al Padre, lo interpreta, habla como hubiese hablado y dice lo que hubiese dicho. El espacio escénico no tiene más que una pared con la V y la P, ya conocida la combinación por todos los argentinos. Todas las representaciones nos permiten situarnos en tiempo y espacio gracias a las coreografías y a la música. Debo decir que los movimientos se entrelazan con los diálogos y con cada uno de los silencios, espontáneamente sin sentir que se fuerzan situaciones con tal de exponer una comedia musical.
Creo que Mugica desde el cielo, sigue iluminado como soñaba y está agradecido porque se siga hablando de él tan maravillosamente -expresando su mandato artísticamente-. El arte, como la fe, perduran con el tiempo y son las únicas cosas que nadie, jamás, podrá matar.

Mariela Verónica Gagliardi
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Escrito
en septiembre 23, 2019