Matar o morir
En una casa, como cualquier otra, habita una familia con hábitos no convencionales. Una cuchilla de carnicero que remite a la muerte, al deseo por comer, a saciar el vacío espiritual con cadáveres animales o humanos.
«Las hambrientas» (de y dirigida por Pablo Iglesias), cuenta la historia de dos hermanos y una prima que desarrollan rituales -incoherentes para el espectador- sin un sentido filosófico o ideológico puntual.
El hastío del interior, ese silencio, el vacío por no tener algo o alguien por qué o quién luchar; convierte a estas tres personas en animales feroces -capaces de todo a cambio de alimento-.
Toda la obra transcurre en un mismo espacio, repartido inteligentemente, y, utilizando hasta el mínimo recoveco para crear una habitación diferente.
Una mujer, con delantal blanco y manchado de sangre, trozará una enorme cantidad de carne. Al parecer para su perra preñada, aunque difícilmente pueda saberse su destino. Los ladridos se escuchan a lo lejos y es éste el que pretende llamar la atención de su ama, pidiéndole aunque sea un bocado.
Mientras, la violencia de su hermano, seguirá torturando a la prima -una delgada mujer, ignorante y sin fuerzas para defenderse-, convirtiéndose, con el paso del tiempo, en una amenaza para las dos.
«Las hambrientas» refleja el cansancio que produce luchar sin un propósito claro y objetivo. Esta familia lucha porque sí, desgastan, pelean, discuten constantemente, hasta que por fin parece ponerse de acuerdo.
Siempre tendrá que aparecer una víctima, viva o muerta, que los sacie y de energía para elaborar otro plan.
Flagelarse el cuerpo o ser flagelado, agredir y ser agredido, perseguir lo inalcanzable y desear lo ridículo.
Pablo Iglesias construye un universo de diálogos que me recuerdan a la película Delicatessen (de Jean-Pierde Jeunet), donde los sonidos se superponen conformando una historia paralela, atrayente y difícil de olvidar. En este caso, la obra utiliza la palabra como recurso principal, otorgándole tal movimiento que pareciera escribir una canción de terror.
En cuanto a las actuaciones, ya nos tienen acostumbrados al teatro de nivel alto y es imposible no destacar a Palacios y Actis que encarnan unos personajes tan opuestos, complejos como bipolares a la vez.
Es difícil determinar a qué género pertenece la dramaturgia ya que nos pasea por situaciones de comedia, de drama, de ciencia ficción e inclusive de terror.
El suspenso nos mantiene el vilo, sin permitirnos un simple pestañeo durante la función. El tiempo transcurre velozmente y en cuanto nos queremos acordar, la obra terminó, dejándonos tantas sensaciones -difíciles de digerir- para procesar.
Cada escena tiene una fuerte carga emocional, con un contenido conciso que intenta incomodar lo más posible. No es habitual ver tantos cortes de carne cruda en el teatro, una cuchilla que -sin piedad- troza y divide, errores cometidos y llevados en bandeja a un lugar diferente y, la desnutrición, planteada desmesuradamente.
Se acostumbra mirar por encima a esta problemática social, no sabiendo cómo colaborar para erradicarla, separando al país por norte y sur -pretendiendo solucionar sin involucrarse.
Un nudo en la garganta se me formó al ver a la prima sufrir por hambre, comiendo unas pastillas de menta para olvidarse del dolor que siente. Pero, esa golosina, enseguida pude relacionarla con las migajas que da un gobierno, junto a diversas «campañas» para promocionarse, creyendo que hace algo al respecto. La carne, las proteínas que contiene, el hierro; no son más que mentiras. Los veganos no precisan matar para alimentarse. Ellos saben cómo ser sanos, derribando mitos y no quitándole la vida a otro ser.
¿Desde qué lugar puede hablar alguien que asesina?
La ineficacia de los discursos políticos colabora con los mensajes, erróneos, impartidos a una población que recibe, por lo general, un solo discurso.
Hambre de comida es lo primero que se percibe, aunque hambre de conocimiento es lo que abunda. Cómo alimentar a una sociedad tan heterogénea cuando, generalmente, la gente se queja y reclama sin aportar positivamente al respecto?
¿Comer y ser básico o alimentarse y compartir sabiduría?
Los ladridos dejan de oírse para darles lugar a los humanos, a sus equivocaciones, sus abusos y la falta de amor para aceptar que el camino escogido no es un simple juego o pasatiempo sino una locura en exceso.
Esta pieza artística es un llamado a la cordura, a la reflexión y a la superación de trabas emocionales.
Escrito
en octubre 11, 2014