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Lo que no se dice, no existe. Lo que se tapa, se esfuma. Lo que existe, perdura en la memoria, en ese inconsciente que se ama y odia en determinados momentos de la vida.
Nadie sabe cuándo le llegará el día ni qué sentirá en esa intrigante situación en que la muerte se avecina. Siempre de negro, buscando a su próxima víctima, se unen en un camino que desorienta a los que quedan de este lado.
Existen tantas historias, cuentos, narraciones, poesías, poemas, ensayos, crónicas y demás escritos acerca de la parca que la originalidad se deja a un lado. Es entonces cuando los personajes tienen que convencer al lector, a su público, de sorprender dejando una huella eficaz para diferenciarse de los demás relatos.
La intriga que gira entorno a la muerte provoca pánico en algunos y deseos en otros. A veces se conjugan y otras se aniquilan.
Eso que vos y yo llamamos plenitud (escrita y dirigida por Mauro Molina) atraviesa ese sendero de luz y oscuridad para hacernos entender -con palabras y sensaciones- que nada es tan bueno ni tan malo como parece.
Protagonizada por la talentosísima María Viau -quien interpreta a una mujer que se encuentra en coma hace cinco años- y un gran elenco, esta obra de teatro dramática toca los puntos necesarios para despertarnos a todos: a quienes estamos despiertos de verdad y a quienes duermen de reojo.
La ambientación de hospital está lograda perfectamente, tanto por la parte de mobiliario y ornamentación, como por el médico y enfermera que “cuidan” a la padeciente. En verdad no sé si tildarla de padeciente porque sufre -porque de hecho no sufre físicamente- o porque nadie tiene la valentía para desconectarla y dejarla ir -para que no sufra, ahora sí, la rutina ridícula de conversaciones entre estos profesionales de la salud que bien podrían ser cocineros o vigiladores de un zoológico.
Ella, ahí, tendida en la cama con los ojos cerrados, consiguiendo la pesadez y liviandad de un cuerpo extenuado y sin vitalidad. Claro que su ritmo cardíaco se acelera al escuchar las palabras de su marido (Javier Pedersoli), quien la visita cada vez menos y quien tiene para darle algunas noticias. Cuando eso ocurre, ella parece sumergirse en un mundo metafórico y subrealista en el que se convierte en su heroína favorita, consiguiendo todo lo que se propone.
Justamente, la dramaturgia establece los códigos necesarios para comprender cuándo se narra un universo real o ficticio, hasta que confluyen y disuelven.
Valiéndose de proyecciones visuales, encargadas de detallar cómo era la vida de esta pareja, quién era cada uno y qué lugares ocupaban; para, luego, retomar el presente que tanto duele y aqueja.
Eso que vos y yo llamamos plenitud, también, hace su bajada de línea en cuanto a la eutanasia. No la menciona como tal, pero sí recrea un universo poético y explícito en que el cuerpo de ella llora a gritos por esa liberación. Ella no esta muerta, pero no despierta. No está viva aunque su corazón late a diario.
Todo en nuestra sociedad, con el peso que aún conserva la Iglesia, se vuelve tremendo y siempre la palabra asesinato prevalece a toda argumentación lógica. La moral, como si una religión pudiera dar cátedra de esto, pareciera ser la respuesta a toda hipótesis. Entonces, pregunto al universo entero: ¿por qué nadie titubea, en general, cuando tiene que darle la inyección a su “mascota” para evitarle más sufrimiento en vida? ¿porque es un ser inferior o porque no se tiene culpa al decidir sobre un animal?
Una persona se siente plena, todos de hecho nos sentimos plenos, cuando somos felices. ¿Y cómo puede ser feliz una persona que está en posición horizontal sin moverse en absoluto, sin mirar el sol, sin compartir una charla o nadar en el mar?
Cada quien tendrá más o menos motivación en su vida pero, nadie, puede negar esto.
Una rata (Mauricio Borzone), como simbolismo de tantas cosas que se le podrían atribuir, es su compañía, es a quien llama en sueños y despierta sin poder hacerlo vocalmente.
Un médico (Gabriel Yamil) y una enfermera (Valeria Tercia) que son tan bien estereotipados que creo que cualquiera de nosotros preferiría auto exterminarse antes que subsistir al lado de ellos. Y un marido culposo que acciona de un modo tal que puede ser juzgado, condenado o querido. En realidad, las tres cosas. De hecho la Iglesia menciona hasta que la muerte los separe.
¿Una persona en coma está viva o muerta?
¿Un bebé es bebé cuando nace o cuando se produce la fecundación?
La moralidad de una institución que ha intervenido en dictaduras militares y que ha visto derramar demasiada sangre, no debería poder tener la última palabra. Nuestro país ya no es creyente. Precisa creer en algo o en alguien. Quizás si existieran nuevas políticas en manos de políticos comprometidos y no culposos, estos temas tan importantes e imprescindibles podrían encauzarse bien y resolverse. ¿Por qué otro puede definir nuestros días y nosotros mismos esperar un milagro cuando, quizás, nunca ocurra?
¿El milagro sería despertar y continuar como el día del accidente?
¿El tiempo acaso se congeló para esperar ese milagro tan deseado?
Desconectame – se escucha decir una y otra vez. Desconectame…
Dramaturgia, puesta en escena y dirección: Mauro Molina. Elenco: María Viau, Javier Pedersoli, Valeria Tercia, Gabriel Yamil y Mauricio Borzone. Funciones: Jueves 21:30 hs. El Camarín de las Musas.
Mariela Verónica Gagliardi
Escrito
en septiembre 23, 2019