Nadie nace de un repollo pero hay quienes tienen la posibilidad de tener un padre presente y quienes se quedan con las ganas de poder disfrutarlo por diferentes circunstancias de la vida.
Hay quienes discuten, pelean y no le dan crédito en su familia por considerar que las decisiones las deben tomar otras personas. Por más irrisorio que suene esto, antes y ahora la figura de un padre ha sido y es boicoteada. El padre antes era el encargado de trabajar hasta el cansancio, hacer dinero y cumplir con todas las obligaciones. Sin embargo, la mujer, se dedicaba a tareas de la casa, a cuidar de los hijos y, tantas veces, a administrar el dinero ganado por su marido. ¿Que si la mujer estaba de acuerdo? Algunas quizás no, otras quizás sí y algunas tal vez ni siquiera se lo planteaban.
Sin caer en una dramaturgia sexista ni machista, El padre, la casa está que arde (es una adaptación de Fraden, del escritor sueco August Strindberg, dirigida por Marcelo Velázquez) es una delicia que se va digiriendo de a poco. Y digo, de a poco, porque a simple vista el texto podría ser atacado, por eso es ideal ingresar a la función en modo neutral para escuchar, mirar y observar (por sobre todas las cosas) de dónde viene este hombre, qué pretende conseguir y hacia dónde lo van llevando sus decisiones.
Haciendo un pequeño análisis sobre la vida de Strindberg, podemos decir que en el plano sentimental, tuvo una vida bastante sufrida, tuvo algunos intentos de suicidio, tenía un gran miedo a la soledad y la dificultad de adaptarse a la realidad real. Estos conflictos personales y tantos otros más le permiten soslayarse en la literatura y convertir sus desgracias en interesantísimas dramaturgias.
Lo que primero llama la atención es la escenografía, la cual está ubicada a lo largo del espacio y que le permite a los actores utilizarla como necesiten en todo momento. Ellos podrán caminar cual pasarela, usarla como mobiliario, escritorio y con diversas funciones, sin tener que cambiarla durante la dramaturgia.
Corría el año 1887 cuando el autor escribió este interesante e intrincado texto. Y, cabe cuestionar-se si algo ha cambiado en nuestros tiempos vigentes. Si la mirada de una mujer sobre su marido es otra, si la mirada de una sociedad completa acepta los cambios y qué lugar ocupa cada esposa en su hogar en la toma de decisiones. Porque es muy fácil y simplista colocar una figura con un rol determinado y pasar a otra cosa. Pero esa decisión tendrá consecuencias y la toma de una ideología que no podrá esfumarse.
Este padre es un ex Capitán del Ejército y pareciera, por momentos, no abandonar su uniforme ni su autoritarismo. Sin embargo, Laura (su mujer) no consigue ponerse de acuerdo con él sobre cómo educar a Bertha (hija de ambos) y, a partir de ese conflicto, todo lo que vendrá será catastrófico. Una manipulación tras otra recaerán en este hombre que terminará abatido, sin energía ni ganas de vivir. Y no es que haya que tenerle lástima o rendirle pleitesía pero su carácter lo ha metido en problemas difíciles de resolver con un chasquido de dedos. Él no será consciente de la ola de vicisitudes que se avecinarán y, cuando eso ocurra, ya nada podrá hacer para revertirlo.
Edgardo Moreira se sumerge desde el comienzo de la historia dramática en la piel de este ser, consigue interpretarlo de una manera formidable y en cuanto brotan lágrimas de sus ojos, el público se conmueve. No existe posibilidad de no emocionarse, de no sentir algo de pena por el lugar en que está ahora. Tanta lucha no le sirvió para ser escuchado. Y es que, tal vez, él no tenga ganas de equilibrar su matrimonio y solo quiera ganar: como en la guerra. La dupla que consigue con su nana (Ana María Castel) es tan tierna y sutil que dibuja una sonrisa en nuestros rostros. Sin embargo, este personaje irá mutando a lo largo de la historia y dará qué hablar su completa transformación.
En el siglo XIX se pretendía derribar al patriarcado, como ahora. Quizás como siempre.
Pero, aniquilar un sistema de antaño no significa derribar a quien tuvo el mando de determinadas decisiones. Debería ser poder compartir y, juntos enfrentar las adversidades. Pero esto hace temblequear al protagonista de Strindberg y que se sienta solo. A partir de esa soledad él pierde un poco la razón y todos sus miedos se apoderan de su cuerpo. Y cuando digo de su cuerpo no me refiero solo a la parte externa sino a su esencia, aquella que le permitió estar en pie y ser quien es hasta entonces.
Por eso, ¿es posible extinguir al patriarcado sin desmerecer la figura de papá?
¿Es posible vivir sin un padre? ¿Es posible que una madre haga lo que sea para convertirse en la sucesora de esa figura que tanto aborrece?
Habría que tener el cuidado suficiente como para no convertirse en espejo de lo que más se detesta. No sea que un día ese fantasma se apropie de las criaturas que parecían más celestiales y bondadosas.
Un elenco súper talentoso que se completa con Marcela Ferradás, Enrique Dumont, Luis Gasloli, Denise Gómez Rivero y Santiago Molina Cueli. Cada uno se complementa con el otro y por eso es que esta pieza artística agota localidades en cada una de sus funciones. Porque los actores desde ya tienen su trayectoria y porque conocer lo que un hombre piensa en su rol de padre es algo que no abunda en estos tiempos. Porque cada época tendrá sus hitos, complejidades y problemas a resolver; pero si más de un siglo después se sigue considerando que en una familia tiene que haber alguien que dirija esto sería lo más complicado de modificar, no al patriarcado en sí. Porque ningún ser humano merece ser desvalorizado para tomar su lugar o posición. Por eso, este Padre es la muestra intacta de lo que hombres y mujeres tenemos que destruir sin acabar con nosotros mismos. ¿Humanos contra humanos?
Comentarios en: "Patriarcado versus Matriarcado. ¿Dos caras de una misma moneda?" (1)
INTELIGENTE Y PROFUNDA CRÍTICA QUE DA EN EL MEOLLO DE LA CUESTIÓN!!! mIL GRACIAS MARIELA VERÓNICA GAGLIARDI