Y, de repente, la iluminación tenue nos presenta a un hombre que muy deleitosamente toca el piano. Sus manos se concentran en llevar el ritmo de la música, de su vida y de los rumbos de diversos personajes que irán apareciendo a lo largo de la historia.
Hijo de mil (unipersonal escrito e interpretado por Pablo Finamore, con dirección de Marcelo Nacci) es una obra de arte. Una de esas obras que se recordarán para siempre por su textura, refinamiento y modos de abordar las diferentes concepciones que giran en torno a la palabra puta. Nada de prostitución ni de temas controversiales ni delicados para la sociedad, sino una indagación profunda sobre qué significa en verdad ser un hijo de … o no serlo.
Así será como el juego al que nos invita el actor nos divertirá de una manera refinada de principio a fin.
Qué importante que resulta sentir el espacio en el que ocurre la acción, emocionarse con los temas que interpreta y caminar por unas arenas movedizas que producen vértigo, reflexión y placer al mismo tiempo.
Este concierto de palabras putas, tal como lo define Finamore, produce un abismo al instante. Ni bien se observa su expresión corporal, su gestualidad, su modo de sentarse en el aire, de pararse y, lo más importante de todo, de conseguir ver la vida a través de los ojos de una mujer: por ejemplo de la virgen María.
No solo es importante hacerle creer a otra persona que es posible ocupar su lugar para comprenderla, sino realmente tener la majestuosidad para sentir y pensar de otra manera, como si se fuera otra persona en verdad. Así es como Hijo de mil se posiciona no solo como un poema que incluye un devenir de malas palabras sino, también, qué significa en la actualidad un significado u otro. Un insulto o una caricia, un modo de mostrar aceptación o evasión o rechazo.
La hipocresía es una de las argumentaciones que puede verse como materia de estudio. ¿Sino cómo podría creerse que una virgen pudiera ser madre de un hijo nacido de su propio vientre?
Dentro de los desencadenantes de la historia musical puede hacerse también un parate en Sigmund Freud. Justamente es a partir de este dios del psicoanálisis que Finamore logra argumentar el sentir del músico Gustav Mahler quien consigue saber de qué se trata el placer recién unos meses antes de morir.
Algo tan elemental como la pasión y el deseo suelen ser ocultados, como si se tratara de un pecado por el que podría juzgarse ante un tribunal. En todos los tiempos existirán las auto castraciones, en mayor o menor medida. Pero, lo relevante es saber que existe, que todo humano puede sentir sin culparse por ello y que es algo innato en la biología.
En este caso en particular, la temática central se ubica en las sesiones que Mahler mantenía en el consultorio de Freud, durante las cuales habrá diferentes altibajos por parte del músico, momentos en que reflexionará sobre su vida y el planteo que irá haciéndose sobre su matrimonio. Y, al tratarse de dos personajes famosos es que se puede absorber tanto contenido gracias a la suspicacia de Finamore, quien con antagonismos, recreaciones escénicas impactantes que son tan sutiles como complementarias para que toda la dramaturgia consiga adentrarse en los espectadores a lo largo de una hora. Una hora en la que podremos angustiarnos, sonreír, buscar complicidad con el autor, reír a carcajadas y aplaudir este acierto que no cae en bajezas sino todo lo contrario. Se puede determinar que un insulto es muy relativo y que lo que más importa es el tono que se utilice, la pausa que se sugiera y el suspenso que quede cayendo desde arriba como una lluvia finita de arena. Como las múltiples expresiones que puede fabricar un artista conjuntamente con su vestuario, espacio escénico, música y dirección.
Este hijo de mil es oro que brilla por doquier en busca de un lugar en el que hacernos desbordar de una magia encantadora que arranca sonrisas aún en medio de la solemnidad de la noche.
Escrito
en febrero 22, 2016