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Los tiempos cambian, las costumbres también, pero siempre quedamos algunos mirando esa época en que surgía el tango. Originado, en un principio, solo musicalmente en los prostíbulos. Interpretado por grandes músicos e intentando reflejar -al igual que otros estilos- una ideología, un modo de pensar, de vivir, de sentir y de ver al mundo.
Asociado con sectores bajos, luego con una élite, más tarde con ambas. Pretendiendo danzar lo que unos pentagramas, con sus figuras, escribían. Soñando con el amor, con pertenecerle a ese ser tan especial y sufriendo de una manera tan desgarradora cuando no se daba esa posibilidad.
Todas las letras del tango tienen pasión, están cargadas de pasión y desde hace más de diez años que revolucionó al mundo entero. Posicionándonos en la Argentina, hacía falta, era necesario que, al menos una vez por año, existiera un festival que reúna a artistas y a sus seguidores.
Así fue como el abrazo de José Garófalo, Alberto Goldberg, Leonardo Cuello, Hugo Mastrolorenzo e Irina Jabsa produjo un nuevo fenómeno en que el tango, la danza y el teatro se agruparon bajo el Festival Cambalache. En esta oportunidad, la Casa del Bicentenario, se convirtió en el escenario de este despliegue que tendrá lugar del 20 al 29 de marzo, con entrada libre y gratuita.
Sabor a teatro eligió estar el miércoles 25, cubriendo la programación de ese día y vivenciando momentos inolvidables.
A las 18 hs comenzó «Los centinelas del sueño eterno» (una performance de la Compañía Tragicómica Tanguera, dirigida por: Germán Ivancic, José Garófalo y Diego E. Rodríguez). Esta muestra produjo varios cuestionamientos. Primero, miradas desorientadas: la gente no sabía si sentarse en las pocas sillas que había en la planta baja, quedarse parada o caminar por el lugar. Desde ya que lo no convencional de la performance, seguramente buscaba, sorprender, desestructurar e invitar a romper modos tradicionales.
Una pareja que se observa, se busca, se abraza, se separa. Un hombre y una mujer que están vestidos, elegantemente, para danzar. Ellos no bailan tango-escenario ni realizan pasos para que el público se maraville. Estos personajes pretenden, desde la intimidad más profunda, transmitir sus sentimientos. Así comienzan un viaje en el cuales están embarcados en sus soledades y con pequeñas cosas hallarán el modo de reencontrarse. Luego, tomarán el ascensor, dentro del cual habrá una cantante que esbozará siempre la misma estrofa, invitando a participar a quien desee compartir otras performances en un tercer piso.
Al ingresar en este nuevo nivel, encontraremos a otra pareja que será totalmente diferente. Ésta bailará esperando la probación del público, observándolo para obtener su aprobación, desplazándose por todo el salón en un estrecho abrazo ya no tan romántico como la pareja anterior. Las caras de ambos partenaires serán más picarescas y, después, veremos a dos mujeres que tendrán un baile encantador, que se comunicarán desde la sonrisa y la comunicación absoluta con cada persona que las mire un instante. Ellas fueron quienes, desde el melodrama, consiguieron entablar un diálogo con los amantes del tango logrando insertarse, espontáneamente, sin ser juzgadas por alguien.
Vale informar que la Casa del Bicentenario estaba con una muestra dedicada, exclusivamente, al amor; motivo por el cual se produjo un enlace divino entre ésta y el festival.
Al finalizar esta propuesta, ya estábamos dentro de una sala, sentados y esperando lo siguiente que sería una serie de cortos (pertenecientes a Cinefilia Tanguera, con dirección de Leonel Mitre). Fueron muchas las proyecciones que pudimos disfrutar, de diferentes años, estilos y duraciones. A continuación voy a resaltar aquello que tuvo más éxito, medido por aplausos y risas. ¿Qué es lo que busca una película o un espectáculo? Más allá de tener la aprobación del público, conseguir ese enlace que emocione: la empatía. Esa pertenencia que logra el género documental a través de, por ejemplo, una historia de vida de un personaje famoso o no famoso. Este fue el caso de Féliz Picherna, un argentino que fue entrevistado y de quien se consiguió una serie de momentos conmovedores. Un hombre colmado de sabiduría tanguera, fiel conocedor de compositores y musicalizador en milongas. Para él es un arte el de pasar música, lo cual hace a través de cassettes -dejándolos en punta con una precisión impecable-, manteniéndose en un pasado lleno de estos objetos que consiguen una sonrisa de quienes añoramos dichas cosas.
Ese viaje por su vida, fue y es un recorrido por la nuestra, por la de cada uno, una conexión muy especial que solo se consigue si permanecemos abiertos para vernos reflejados en otros seres tan semejantes y diferentes.
El tango es esto, es una esencia, un aroma, un sentir que se mama desde chico, que no se puede explicar del todo con palabras ni con gestos sino con un cabeceo, con una mano, con un giro y con la oportunidad de seguir manteniendo vivo a este género que, por lo visto, cada vez más logra su cometido.
Mariela Verónica Gagliardi
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Escrito
en septiembre 11, 2019