¡Con los niños no!
Lo más importante de una obra de teatro no es lo que dure en cuanto a minutos sino lo que transmita. En esta ocasión, 40 minutos son más que suficientes para desarrollar una realidad que preocupa en el mundo y compararla con la vida de una niña que sale de su cuento de hadas para hablar y decir aquello que siente. Como Alicia en el país de las maravillas, que se adentra en un paraíso soñado y, cuando despierta, vuelve a su rutina común y corriente. De hecho, no es casual que la autora de esta dramaturgia, Angélica Gonzáles (conocida como Angélica Liddell), parta de acontecimientos del cuento de Lewis Carroll y de su propia intimidad.
Y como no se pudrió… Blancanieves (dirigida por Paula Cancela) deja en evidencia la soledad que padece toda hija única cuando es pequeña, sobre todo, la necesidad de Angélica por tener una identidad más utópica como la de la historia de 1865 y cómo transcurrían sus días al lado de su padre militar (tal como puede vislumbrarse en la presente obra de teatro).
La escritora menciona que Las guerras son como las madrastras perversas. Todas quieren ser las más bellas. Todas se miran en el espejo de otra guerra. Y si reconocen a una víctima más bella que la propia guerra se encargan de perseguirla hasta aniquilarla. Desde aquí se parte y desde aquí se empieza a sufrir, para que nos hagamos cargo todos de que matar niños jamás está bien. Con los niños no se juega a matar, ni se les enseña a tomar un arma para que lo hagan.
Sin embargo, el retrato de Blancanieves en esta oportunidad transmite sadismo, mientras se pregunta a dónde fue a parar su inocencia. Si desde los doce años tuvo que defenderse como sea para sobrevivir, si esta vez la manzana no estaba envenenada sino la gente adulta y esos siete enanos que se transforman en seres perversos capaces de cometer las peores atrocidades.
Niños palestinos y de otros lugares del mundo peleando por no morir, participando de una guerra que no inventaron pero que están dispuestos a formar parte porque eso es lo que se les transmite. Niños armados, niños que dañan, niños mutilados y, a veces, sin poder ser enterrados.
Blancanieves (Manuela Fernández Vivian) renace como una joven combatiente que está junto a un soldado (Nicolás Barsoff) -quien le narra cuentos pero bastante diferentes a lo que eran los de siglos pasados-.
Piel de gallina, angustia, dolor irremediable, incertidumbre, lágrimas; un sinfín de sensaciones que se inmiscuyen en mi organismo por completo, gracias al talento irremediable de los actores, la banda sonora tan finamente creada y las escenas que se representan como si se tratara de un tema que no tiene un final feliz nunca.
Un balde de agua fría que tantas veces es necesario de sentir en el cuerpo de los espectadores, de la gente misma, de no sentir lo ajeno como ajeno sino como propio. Las fronteras existen pero no son parte de la realidad real, son límites puestos por quienes desconocen el amor y la paz.
Hagan lo que hagan, serán fusilados y ni bien cierren los ojos podrían convertirse en muertos. Las niñas, abusadas, violadas, torturadas, deseando no haber sido mujeres.
Como bestias salvajes, sin rumbo, deambulando como sus cansados y desnutridos cuerpos se lo permitan… sintiendo odio cuando solo deberían conocer la felicidad.
Esta vez el espejo reflejará todos los olores y vacíos que deja una guerra constante que jamás finaliza, que no tiene sentido verdadero sino el poder por poder. Esta vez Blancanieves se convierte en fea para ser ignorada por sus torturadores.
Manzanas esparcidas por el suelo, formando diferentes figuras, que guiarán solo al enemigo a encontrar más presas que aniquilar.
He calentado mi cuchillo con la sangre de otros niños. Y me ha gustado, ¡cabrones! ¡Me ha gustado! ¿Qué habéis hecho con mi bondad? – termina diciendo esta Blancanieves.
Dramaturgia: Angélica Liddell. Elenco: Manuela Fernández Vivian y Nicolás Barsoff. Música original: Tomás Gallego. Dirección general: Paula Cancela. Funciones: viernes 23 hs. Teatro El Camarín de las Musas.
Escrito
en octubre 23, 2015