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Raúl Ricardo Alfonsín fue el primer presidente electo democráticamente después de varias sucesiones de gobiernos de facto en el país que seguían debilitando a nuestra sociedad, a nuestra economía y a nuestra política. Cuando todo parecía convertirse, de a poco, en una estabilidad constituida por derechos y el fin de las masacres a quienes opinaban diferente; nuestro presidente fue invitado a retirarse del cargo. En su lugar vino él: un hombre de pequeña estatura que prometió el oro y el moro, que supo decir las palabras que el pueblo quería escuchar y, apoyándose en un discurso “perfecto”, ganó las elecciones. Así, Carlos Saúl Menem, asumió como presidente de los argentinos, vendiendo nuestras tierras al mejor postor, olvidándose de cuál era su rol (de administrador) y arruinando a una sociedad que no había podido tener tregua tras tanto sufrimiento.
Menem, con el correr del tiempo, se convirtió en mala palabra. Su nombre era yeta. Su presidencia nefasta y su demagogia el comienzo de una era que aún en nuestra actualidad no logra revertirse.
La crueldad de los animales (escrita por Juan Ignacio Fernández y dirigida por Guillermo Cacace) es un recorrido por esta época tan siniestra y macabra en que se utilizó a millones de personas para un plan que se revirtió sobre la marcha.
Esta puesta en escena realmente audaz, con un elenco talentosísimo y una dirección impecable; logra describir los años noventa sin siquiera mencionarlos, sin utilizar la tradicional bajada de línea ni siquiera para contextualizar. En vez, se juega completamente valiendo y apoyándose de y en la danza, la música, los efectos sonoros y la actuación.
Un escenario desprovisto de objetos y accesorios, en el que solo puede observarse césped artificial, verde brillante y sillas -una para cada artista-. A la vez que varios reflectores sirven para acentuar un discurso o protagonista. Dichas luces no permanecen estáticas sino que son movidas por los dos apuntadores quienes, además, forman parte de la historia dramática que se representa a lo largo de una hora.
En la sutileza del vestuario pueden vislumbrarse las diferencias en cuanto a estratos sociales, al abuso de unos hacia otros y al “olvido” de quienes son los verdaderos dueños de las tierras: los aborígenes que se leen más de lo que se ayudan.
A lo largo de siete escenas es como el público deberá imaginar la estética y ambientación de todo lo que sea mencionado como descriptivo, para luego observar la acción en vivo y en directo -nutriéndose lo dicho con lo interpretado-.
Lisandro ingresa y entre pasos de flamenco logra romper el hielo de esta dramaturgia que intriga completamente: “Si no sos fuerte se sufre mucho”, le dice su madre. Y sus ojos, llenos de lágrimas, miran a un punto en el horizonte mientras sus brazos y piernas recorren un espacio preciso. Pareciera querer avanzar sin trasladarse en el espacio. Está absorto, perplejo, sufriendo en carne propia.
De repente, el absurdo se hace presente con Manuel quien con tono irónico pretende llevar adelante su estrategia de conformar a un hombre que perdió casi todo en su vida. Aquí es cuando se comprende el principio del fin, uno de los conflictos territoriales que no consiguen hallar soluciones eficaces para los pueblos originarios.
Un sobre abierto desata varias situaciones desagradables que desembocan en violencia. En diferentes tipos de violencia que ejemplifican diversas formas de poder y lo que éste implica.
Después de representarse diversas escenas con situaciones familiares, sacando a la luz problemas pendientes de resolver y conflictos importantes o banales; se da a conocer otra cuestión realmente imprescindible en materia nacional: las tierras.
El sarcasmo es el que permite que por momentos sonriamos en medio de tanta tragedia lingüística y real.
Un sonido de interferancia aparece y desaparece por momentos -marcando tensión y suspenso-, al igual que los ladridos de una perra que se van extinguiendo como las conversaciones, como las soluciones, como el mal clima del país. Todo es política y no porque se cite a un político sino porque las transacciones, los intercambios, las relaciones humanas, entre otras; giran en torno a la política, a decir o hacer algo esperando o pretendiendo un fin determinado.
Chiquito es el diferente, el olvidado, el dejado a un lado y el que se pretende ocultar o que pase más desapercibido aún. Su vida, su deseo, sus necesidades nadie las atiende. Él es un aborigen, un hombre con familia, un ser que no daña a nadie pero pretende ser respetado. Él no usa un abrigo de piel, no mata para lucir, no aparenta lo que no es.
Los viajes a Miami se suceden mientras otros se quedan ansiando poder llevarse un bocado de pan a la boca, sufriendo el derroche de las clases más altas -y de las que no tanto- que disfrutan un paseo de virtualidad derrotada luego.
“Es mi tierra Manuel” – acota Chiquito. Él no quiere una casa lujosa ni más cómoda, quiere quedarse en su hogar a orillas del río Paraná. Son sus raíces las cuales no quiere que se le amputen.
Pero, la única que lo entiende es la abuela de la familia aristocrática: “el nombre y la tierra es lo único que tenemos”.
Las palabras son dichas, las broncas brotan de cada uno de los presentes y hay quien no quiere estar más así ni ahí.
¿Cómo salvarse de una situación tan discrepante, que amenaza a todos por igual aunque de distinta manera?
Manuel Dorrego fue fusilado al igual que tantos hombres inocentes que perecieron en la lucha de existir. Siempre gana el más fuerte, el que tiene más apoyo, no el que tiene la razón.
Los pedidos continúan, el hombre moreno quiere que su lugar sea respetado, no quiere que un temporal lo extermine ni una construcción edilicia le ataje el sol.
Sangre que viene y va, animales feroces que se atacan o que atacan simplemente. Larvas que están por convertirse en algún organismo animal más desarrollado, larvas que son malignas, organismos que se trepan por los cuerpos, que se inmiscuyen en éstos hasta pudrirlos. Larvas que convierten a humanos en parásitos.
La crueldad de los animales es un panorama sobre una época nefasta que no terminó, que sigue su curso hasta que los derechos de los mortales sean respetados y ningún vivo pueda sobrevivir por sobre otro.
Dramaturgia: Juan Ignacio Fernández. Elenco: Héctor Bordoni, Ana María Castel, Fernando Contigiani García, Gaby Ferrero, Esteban Kukuriczka, Sabrina Marcantonio, Iván Moschner, Denisse Van der Ploeg, Nacho Vavassori y Sebastián Villacorta. Funciones: viernes y sábados 19 hs, domingos 18:30 hs. Teatro Cervantes. Dirección: Guillermo Cacace.
Mariela Verónica Gagliardi
Escrito
en mayo 26, 2019