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¡Que Roma recompense con su amor a los que han sobrevivido, y que los muertos reciban sepultura con sus antepasados!
(Tito Andrónico)
Cuando supe que existía Sangre, sudor y siliconas (basada en Tito Andrónico de Shakespeare, escrita y dirigida por Gonzalo Demaría) no dudé un instante en ir a verla. Su título atractivo me cautivó aún antes de saber su argumento, su autor, su estilo y demás cuestiones que hacen a una dramaturgia.
Pero, al conocer que se trataba de una pieza basada en Tito Andrónico (de William Shakespeare) y que Gonzalo Demaría sería su director; me zambullí completamente en Hasta Trilce.
Debo confesar que es una historia sin igual, que divide al público en dos y que, seguro seguro, hará que existan quienes adoren como quienes odien esta versión.
Me coloqué en primera fila, para no perderme ningún detalle y, luego, pude sentir cada sonido repercutiendo en mi cuerpo de una forma tan interna que puedo afirmar cómo el ambiente gauchesco y científico se unieron a la guerra y batalla de cortar cabezas y dar nacimiento a la menos pensada criatura “humana”.
Un gran show de poética, música, canto y coreografías que se van sucediendo cuando menos lo creamos posible.
El emperador romano murió y su lugar fue ocupado por Saturnino. A partir de aquí, quienes conozcan el libro, sabrán como prosigue la acción y su sanguinario desenlace. Hay quienes dicen que es el escrito más feroz de Shakespeare y asiento con la cabeza, sin pretender perderla.
La venganza, el honor, los celos y la sed de poder están presentes durante toda la historia. Ilustrando con objetos pintorescos, diferentes sonidos e iluminación; Sangre, sudor y siliconas merece estar en cartel por mucho tiempo. Así lo grito y así lo siento. Porque los clásicos merecen una vuelta de tuerca y que los espectadores abran sus sentidos, que no piensen en ir a una función donde se transmite literal un libro memorizado. Se trata de asistir como público activo, pensante y teniendo presente el argumento para, después, poder sacar las conclusiones pertinentes. No es requisito saber de qué trata, aunque tener conocimiento otorga un plus muy interesante.
Saturnino y Bassiano (hermanos e hijos del difunto) discuten por los derechos romanos, por el poder. Pero es Marco (hijo de Tito Andrónico) quien defiende a su padre y recuerda toda la sangre derramada en defensa del pueblo.
Hasta aquí pareciera ser solamente un tragedia y drama tradicionales. Aunque, unos instantes después el surrealismo y el grotesco se apoderarán de los encantadores personajes que son encarnados por actores de altísima talla. Solo así este formato puede resultar impactante y permitir la carcajada constante de quienes ingresan (y deciden hacerlo) en el código de Demaría.
Ya en esta escritura de Shakespeare aparece vivo lo que tanto cautiva: esos espíritus que renacen, una y otra vez, reviviendo las culpas y los errores cometidos al respirar: “Dadnos a uno de los prisioneros godos para cortar sus miembros y quemar (…) para que sus espírituds descansen, eternamente, y nosotros no seamos atormentados con sus apariciones”.
Mientras tanto, Tamora (una femenina, temerosa y particular dama) se hará presente con sus boleadores, sorprendiendo a todo instante. El impacto al chocar contra el piso hará resonar la sala e invitarnos a estar de su lado. En verdad, cada personaje tendrá esa misión. Ella cuestiona en un momento: “¿Deben ser descuartizados y quemados mis hijos en vuestras calles por haber defendido a su patria?”
Las mujeres, en esta oportunidad, son puestas como plato principal de disputa, como objetos mercenarios que desean poseer unos y otros sin interesar (o incluso importar) quién es cada una.
Lavinia (hija de Tito) está prometida con Bassiano, sin embargo, es el mismísimo padre quien desea (por cuestiones de negocios) concedérsela a Saturnino. Así resultarán batallas campales, cortes de cabezas como ya se conoce y los órganos de quienes menos pueden defenderse. Pero… es Tamora también escogida por Saturnino como futura emperatriz y, aquí, nos encontramos con dos mujeres que aún no están enteradas de dicha situación, mujeres que pertenecen a estratos diferentes (una a Roma y otra a los godos).
Indios prisioneros que querrán cambiar su suerte y el sentido de los versos que evocarán. Seres subordinados que pretenderán abandonar ese lugar, mientras el sanguinario Tito hará de las suyas en una clínica de estética.
Culturas Incas milenarias que vienen a recordarnos que existen y que no todo, para ellos, está perdido.
Unos a otros irán salvando o hundiéndose, en pos de sus intereses o hermandad. Todo sucederá tan rápido que no habrá tiempo para objetar una u otra decisión, sino para disfrutar de una obra excelente y disparatada, con un elenco increíble que se devorará el escenario. Habrá quien decida sacrificar una extremidad u otra, mientras que la peor trampa se servirá en platos grandes.
¿Será el destierro la mejor oportunidad para salir ileso?
¿Podrán los godos imperar por sobre los romanos? Digo: ¿La cirugía estética por sobre la humanidad? ¿Fue más sanguinario el Imperio Romano o lo es, en la actualidad, todo diseño o la búsqueda hacia una añorada perfección inexistente?
Hijos engendrados con marcas imposibles de borrar, muerte y más muerte. Como una pincelada que pretende tachar lo que no conviene. Todo, absolutamente todo, volará por los aires hasta que lo menos probable suceda ante nosotros.
Asesinar por venganza, asesinar por honor, por dignidad o por temor a ser aniquilado.
Sangre, sudor y siliconas es una obra de teatro surrealista, en la que dos escenarios posibles son fusionados, perpretados en el tiempo y con la grandeza de quienes pueden hacer lo que quieran, como quieran y arrastrando sus cuerpo hasta resurgir en el instante que todo parece calmo.
Mariela Verónica Gagliardi
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Escrito
en enero 19, 2019