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Rutina:“Costumbre o hábito adquirido de hacer las cosas
por mera práctica
y de manera más o menos automática” (Real Academia Española).
Canciones que narran el día a día, la manera de sobrellevarlos y los resultados que no tardarán en aparecer. Doparse pareciera ser una manera al alcance de la mano, imaginarse que lo que se vive no es tal sino una mera ilusión óptica.
¿Alguna vez se cuestionaron si sus vidas son las que siempre soñaron?
Es realmente una problemática social el filosofar sobre nuestros deseos más profundos. Porque no se trata de tener antojo de tomar un helado y acudir a comprarlo, sino de transformar -quizás- todo. Por completo. Como si se empezara de cero.
Muchas personas trabajan en una oficina o en un banco o en otra institución desde la adolescencia hasta que se jubilan.
¿Tan interesante es lo que aprenden? ¿De verdad pueden aprehender algo nuevo cada día durante treinta años o más en un mismo lugar?
Lo quiero ya (escrita y dirigida por Marcelo Caballero) es una muestra, real, de que cuando un grupo de personas tiene una rutina durante mucho tiempo, necesita -en alguna oportunidad- romperla. Si esto no ocurre, el cuerpo lo avisa, lo manifiesta y podría ser tarde.
Lo quiero ya es una comedia musical en la que es posible transitar por diversas emociones, desde la risa a carcajadas hasta la desesperación. El drama está presente como planteamiento de conflicto. Viene a proponer destruir y tirar lo que ya no sirve para reciclar seres humanos que necesitan un cambio verdadero.
Andrés Passeri es el encargado de enlazar cada retazo presentado. Lo interesante es la dinámica que se utiliza para que lo veamos como un seudo director en escena. Bien podría serlo. Su rol es fundamental ya que se corre del de un asistente o apuntador para convertirse en actor/director al mando de un director real fuera de la representación.
Cuando éramos chicos se nos solía preguntar: ¿qué querés ser cuando seas grande?
En general uno respondía un oficio o profesión, pero quiénes se animaron a decir: ¡felices!
Una profesión no hace a un humano, solo le da herramientas para trabajar. Nada más.
La vida debería ser descubrimiento constante, ansias de transformar, de querer compartir vivencias, de sonreír y estar contento de haber escogido un empleo (no que éste nos haya escogido).
A veces, como muestra la dramaturgia presente, no se está preparado para dar vuelta la página, por más que se tenga la oportunidad de hacerlo inmediatamente.
El maldito o bendito destino con el que se especula o se reposa esperando.
Debo admitir que la puesta en escena es magnífica, a puro color y con un equipo de artistas increíbles. A su vez, la música en vivo le otorga un plus inigualable. No quisiera ser tajante pero los musicales deberían siempre tener a sus músicos tocando en escena ya que los dota de un vuelo mágico.
¿Qué nos expone esta pieza artística?
La vida de varios jóvenes, muy diferentes entre sí, con un estilo de vida determinado y un sueño a alcanzar. Pero… lo más importante y trascendente es cómo consiguen animarse a perseguirlo.
La rutina, la que los coloca en un mecanismo social en el que son “útiles” para el “correcto” funcionamiento, pero que pueden ser reemplazados sin alterar absolutamente nada del entorno.
Son humanos-robots. Nada más.
Mientras la conciencia no se de cuenta, ¿quizás no convenga avisarle? Algo así se me ocurre plantear para la fórmula perfecta del capitalismo. Aunque estos jóvenes despiertan sabiendo que ya no podrán seguir con el rumbo cotidiano sin cambiarlo. Deberán aprender a darse el gusto de vivir plenamente sin “seguridades”, corriendo “riesgos”. Viviendo, al fin de cuentas.
Competencias insanas, amarguras posibles de modificar, rabietas costumbristas, nervios y nervios y nervios. ¿Cómo ser feliz en pareja con un contexto semejante? ¿Cómo triunfar en el mundo artístico cuando no se tiene en claro quién se es?
Mente y cuerpo no pueden separarse como un pollo trozado a punto de ser horneado. En esto fallaron nuestros ancestros, en tratarnos como partes autónomas. Como si un brazo pudiera moverse sin tener la orden del cerebro.
Lo quiero ya es una bocanada de aire fresco y la oportunidad de abrir sendas coloridas, porque lo absurdo de la realidad está presente, lo irónico de frases dichas y repetidas, también. La fragancia a aire quieto y brumoso, claro que recorre los cuerpos danzantes que representan coreografías muy vistosas con sellos finales a modo selfie.
¿Para todo habrá que sonreír?
Vestuarios que resignifican aún más el significante de la dramaturgia, de sus escenas ágiles y una iluminación que persigue los diálogos y monólogos a describir lo que se siente desde el alma. Breves historias que se unen para conmover al espectador y para pellizcarlo de una vez. Porque la vida es hoy. Ya. Y hay que hacer algo para que no se escape de nuestras manos.
Dramaturgia: Marcelo Caballero, Martín Goldber. Actúan: Sacha Bercovich, Victoria Caceres, Victoria Condomí Alcorta, Macarena Forrester, Candela García Redín, Lucien Gilabert, Andrés Passeri, Nahuel Quimey Villareal, Julieta Rapetta, Candela Redín, Salvador Romano, Lala Rossi, Juan Pablo Schapira, Sofia Val. Vestuario: Marcelo Caballero, Marina Paiz. Escenografía: Vanessa Giraldo. Diseño de escenografía: Vanessa Giraldo. Diseño de luces: Marcelo Caballero. Música, letras de canciones y dirección musical: Juan Pablo Schapira. Coreografía: Marina Paiz. Dirección de actores: Martín Goldber. Dirección general: Marcelo Caballero.
Funciones: Sábados 20 hs
El Galpón de Guevara (Guevara 326 – C.A.B.A.)
Mariela Verónica Gagliardi
Escrito
en junio 10, 2019