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A veces pienso acerca del mundo de la subjetividad y me encuentro en la gran disyuntiva de si es posible separar un sentimiento de una valoración, o si está bien juzgar sin determinarlo.
Cuando se ve por primera vez un trabajo a cargo de un director, esta tarea se vuelve -a mi entender- más objetiva porque no existen demasiados parámetros para criticar su arte. En cambio, cuando un director está comprometido con el teatro hace mucho tiempo, tiene pasión por lo que hace, tiene una calidad humana increíble e incluso consigue volcar todo eso en una puesta en escena; todo se torna fascinante.
Matías Puricelli estrenó hace pocas semanas Un charco inútil (de David Desola) una historia realmente conmovedora que está atravesada por varios conflictos, siendo el existencial el más importante. Es así como tres personajes, venidos de mundos distintos, por momentos opuestos y por instantes, verdaderamente, idénticos; pretenden vivir a su manera sin ser juzgados.
La locura es entonces la principal herramienta que se erige dentro de la problemática acerca de la existencia humana. Y no significa que estos tres seres debatan o filosofen sobre toda la especie sino que, egoístamente, están ubicados en un lugar desde el que les es imposible correrse sin tener que hacer un giro casi rotundo con el que se verían afectados.
Si tuviésemos la oportunidad de juntar a estos tres personajes y preguntarles varias cosas, posiblemente se nos venga al instante cuestionarles si no prefieren atravesar la angustia que los tiene capturados hace tiempo en vez de padecer tristemente sus días.
Con una esceonografía muy minuciosa, útil y precisa; es como desde el comienzo de la dramaturgia se puede comenzar este oscuro viaje. Y me refiero a oscuro no como algo negativo sino necesario de hacer para conocer la luz o, al menos, unos rayitos de sol.
Mediante dos espacios escénicos que por momentos dividen las situaciones, para luego aunarlas, es como un profesor se reúne con alguien muy importante para él, quien le otorgará una información reveladora. Dicha información será acerca de un nuevo alumno y todo cambiará para siempre. En cuanto corra el tiempo, los días parecerán transcurrir como meses, incluso años, y lo oculto saldrá de la peor forma, tomará sentido desde un lugar e irá reacomodando cada percepción futura.
Uno de los aspectos más notorios de la dramaturgia es el timing utilizado en los diálogos, en cada pausa, en cada instante en que es posible observar un universo plagado de nostalgia, un rostro estupefacto, y la metáfora del charco inútil que será simplemente la piedra angular para continuar transitando la vida de otro modo.
Como escribir en la arena los nombres con un corazón, será posible que esperen la llegada de los patos que alguna vez estuvieron en su hábitat, sabiendo que jamás ocurrirá tal hecho. Sin embargo, la esperanza o, mejor dicho, la ilusión es lo que hará que la depresión encuentro un recoveco no total en un cuerpo.
Existen otros aspectos interesantes de la historia como el suspenso, la duda que queda al final de la historia y un triángulo que podría conformar otra figura geométrica sin necesidad de explicarse en el tiempo.
La imperiosa necesidad de creer en algo, sea un dios o un milagro le permitirán a Irene (Marisa Provenzano) atravesar su soledad, su penosa vida, su largo e infinito luto y la captura de aquello que nunca muere.
Diversos simbolismos surgen y ya nada podrá volver a ser como antes sin angustiar demasiado. En definitiva, podría volverse al planteamiento inicial sobre la locura y el existencialismo. ¿Qué humano en este mundo no llegó a desesperarse por lo desconocido, lo que viene después de la vida propia y aquello que convierte (en algo) a los seres queridos cuando fallecen orgánicamente?
Un muelle será testigo de las largas charlas entre estos dos hombres y un trencito detenido denotará y fragmentará el mundo real del ficcionado.
Resulta imposible no salir emocionado luego de presenciar esta obra en que Marisa Provenzano, Manuel Feito y Gustavo Bonfigli brillan, consiguiendo posicionarse en escena, exprimiendo sus potenciales, para más tarde, delinear sus propios valores.
La inutilidad en esta oportunidad se vuelve pieza intrínseca para resolver los problemas más profundos y pasados en su interior, un interior que no podrá vislumbrarse tan fácilmente sino que precisará del compromiso de cada espectador para inmiscuirse, de verdad, de principio a fin.
Mariela Verónica Gagliardi
Escrito
en agosto 20, 2019