*** ABRIL 2024 ***

Las obras de teatro que son aptas para todo público, tienen su encanto. En primer lugar, porque pueden apreciarlas tanto un erudito como alguien que no tenga ni la más remota idea sobre la temática.

En este caso, “Smile” (escrita y dirigida por Jazmín Bitran) nos invita a pasar un agradable y emotivo momento, recreando la vida de Charles Chaplin (Daniel Groppo) junto a su personaje famoso Charlotte (Alejandro Canuch). Quizás, no todos sepan de quién se trata, por eso les comento que es aquel encantador hombre con sombrero y bastón, haciendo morisquetas y permitiendo que todos riamos por dentro y por fuera.

Hay quienes consideran a la risa como un sentimiento superficial pero, lejos de serlo, son caricias al alma. 

¿Qué podríamos decir acerca de Chaplin?

Actor, compositor, escritor, productor y más disciplinas artísticas sobre las que giró su carrera desde muy pequeño. 

En la presente propuesta Smile, se nota el carisma y la complicidad con el personaje Charlot. Dos actores recreando una misma esencia no es algo simple de lograr y acá se consigue a la perfección. Y es que la alegría desborda, la emoción también y nos sentimos permanecer y transitar todo el relato de principio a fin como si estuviéramos ahí con ellos.

Las tres actuaciones son impecables y evocan lo que ya no es: ese mundo picaresco, sensible y fugaz en el que no se precisaba tanto de la palabra oral sino más bien de la expresión y del sentir.

En cuanto a la puesta en escena, es sencilla y funcional. La iluminación cumple, a grandes rasgos, con lo que la historia precisa. El vestuario es el apropiado para narrar una época como la que se trae a colación y, de ese modo, que los espectadores podamos inmiscuirnos desde el comienzo.

Algunas cuestiones llamaron más mi atención y estas tienen que ver con la corporalidad de los actores. Si bien existen muchos diálogos, lo que reconforta es saber que cada cuerpo tiene su propio lenguaje y, a su vez, se comparte. 

Un padre que llega a viejo, que debe tomar medicación para no perder su memoria. Su hija Geraldine (Victoria Arrabaça) que juega -al igual que él y con él- para demostrarle que la vida es única e irrepetible. Todo lo adquirido por Charles y que ahora su hija evoca con creces. Y, lo más esperado por todos, es aquel hombrecito en blanco y negro que sonríe, que aguarda, que se mimetiza con su creador, que juega como un niño, que imagina, que interpreta, que se esconde y vuelve a salir al ruedo.

Fragmentos de películas proyectados, nombres tan inolvidables como “Luces de la ciudad”, “El dictador”, entre algunos de los títulos más recordados; están presentes en esta pieza artística. Pero, lo que más se destaca a nivel sonoro es la música -en vivo- a cargo del pianista Martín Pomerantz; quien con sus manos ágiles y creatividad consigue darle cauce a esta magnífica historia.

Me gustaría pensar un mundo en el que todos fuésemos un personaje de Chaplin y nuestras mentes se conservaran como en la niñez… sin maldad, con puro optimismo… ¿Sería posible intentarlo?

No se puede crear sin imaginación, no se puede coartar la libertad de expresión y es por eso que les extiendo la invitación a este universo mágico en que, por una hora, pueden sentirse levitar. Y sí, porque si logramos abandonar nuestro presente para sumergirnos en una historia es porque aún somos niños. Y si logramos pensar y repensar nuestro presente para que nuestro corazón lata bonito a cada instante, seremos niños eternos. 

“Un día sin reír es un día perdido”, es una de las frases más cautivantes de este artista. Seguramente la tengan presente pero, tal vez, no siempre consigan cumplirla. Porque no para todo se precisa dinero sino romper con las ataduras que nos imponen y compramos sin darnos cuenta.

Reír hasta que la panza duela. Buscar soluciones hasta el cansancio. No caer aún si caminamos sin apoyo. Estas son las palabras que consigo expresar luego de haber visto esta obra. Son mis palabras, claro está. Son las letras que bailan un charleston y que repiensan lo que aún estamos a tiempo de sostener fuerte sin soltar.

Y si se preguntan por qué tanto énfasis en esto, les vuelvo a sugerir que se acerquen al Centro Cultural Ana Frank y lo comprueben con sus propios ojos, que se muevan al ritmo propuesto, que bajo ningún punto de vista cierren el telón y que pase lo que pase extiendan la mano a quien la necesita.

Smile es un gran gesto de humanidad y sensibilidad. 

Si lo ven por ahí a Charlot, pueden pensar que es un harapiento pero no todo es lo que parece. Charlot es un vagabundo, a quien se le prestó absolutamente toda la vestimenta. Sí, unas telas hechas ropa. La gracia de él estuvo siempre en su chispa, en el humor, en la gracia al desplazarse y caminar de una lado a otro; buscando agradar y rescatar a la humanidad de la mayor pobreza llamada: maldad.

Mariela Verónica Gagliardi

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