Las cartas sobre la mesa (escrita y dirigida por Héctor Presa) es la nueva propuesta, en musical, para adultos. Y, como cada verano, un nuevo desafío melódico creado por este admirable y talentoso artista, una vez más emocionó con su dramaturgia.
Con una escenografía minimalista que contiene aquellos objetos y detalles que permiten a sus actores tener la libertad de desplazarse a gusto por las tablas, utilizando solo en determinados momentos el accesorio que precisen para enaltecer cada una de esas escenas.
Porque, además de escoger a dos actores-cantantes excelentes y a un pianista (Esteban Rozenszain) para acompañar el itinerario; Presa tiene un don para escoger argumentos y saber por dónde indagar. En esta oportunidad, las cartas escritas de puño y letra son una invitación a realizar un viaje cargado de emotividad, de diferentes sensaciones, de melancolía, de dolor, de risas y de un encanto increíble.
Así es como Andrea Mango y Sebastián Holz, interpretarán a una serie de personajes y, cada una de las cartas, cobrará vida… como si estuviéramos en esa década precisa, en el lugar indicado y con la canción exacta.
Con una noche calurosa y el encanto del verano que se puede sentir en los jardines del Teatro Larreta, con su vegetación que oxigena y dota a la obra con un plus. Como un teatro de puertas abiertas que le permite al público ubicarse donde más le guste y, así, pueda disfrutar un espectáculo único.
Y, en referencia precisa a Las cartas sobre la mesa, se trata de una bienvenida a un universo casi abandonado en la actualidad y que, nos alerta, de todo lo que nos estamos perdiendo por reemplazar una pluma por la computadora, lo artesanal por la tecnología. Reemplazando la cercanía por un supuesto encuentro que será solo virtual y nada más.
Pero como mencionan los artistas, no es tarde para redactar una carta y enviarla de este modo.
Con respecto al repertorio escogido, realmente son muchísimas las temáticas que desfilan por el escenario pero me tomé el atrevimiento de elegir una variedad que data de este túnel del tiempo.
Así se podrá percibir a un Elvis Presley que no solo se cree sino que se siente un rey, el Rey. Entre vals (“Bandadas de recuerdos de un tiempo querido, lejano y florido que no olvidaré”), rock, milonga, melódico (“Lloras tú, lloro yo, y el cielo también y el cielo también”) y otros estilos de música, el autor va construyendo un territorio lejano en plato principal. Para un tipo de espectador pretencioso y también para quienes quieran disfrutar de una velada mágica, con voces supremas y melodías diversas.
Cartas que pretendían evitar guerras, conciliar. Cartas de amor y enamorados. Cartas egocéntricas. Cartas actuadas. Cartas que dicen en silencio lo que las voces no se animan. Cartas que recrean el mundo que fue, un archivo interesante que se puede revisar cuando se quiera y tenga tiempo. Cartas que permiten conocer el alma de su escritor. Cartas que pueden salvar…
Vestidos de gala, allí están, dando su amor por el arte, haciendo lo que saben hacer. Creando y recreando años que en nada se parecen a otros y, sin embargo, algún fundamento los concilia.
Tragedias y héroes, batallas perdidas y otras ganadas, documentaciones que consiguieron dejar huellas para poder jugar con ellas e inventar historias que les devuelvan la vida.
Un Da Vinci que, exageradamente, dota al pintor de su técnica o estilo, de su excentricidad, de quién era en verdad y lo que su personalidad un tanto rebuscada significaba realmente.
Estilos de redacción que develan quién es quién, que pretende volcar cada uno en una hoja en blanco para darse a conocer y conseguir lo que pretende o alejarse de su objetivo.
Porque un papel cerrado no es nada si no existe un investigador que se adentre en éste. Porque Presa sigue demostrando que su inteligencia y sensibilidad le dan la oportunidad de poner en escena todo lo que su imaginación le ordene.
Escrito
en enero 21, 2016