Lidia Borda eligió la Sala Siranush para presentar su nuevo disco «Atahualpa», con canciones elegidas minuciosa y delicadamente como para conformar una noche especial y en homenaje al gran folclorista argentino.
Como siempre, el lugar es fundamental a la hora de contemplar una disciplina artística y lo positivo de Siranush es que se amolda a diferentes propuestas y estilos.
Lidia, también, tiene ductilidad y la posibilidad de interpretar tangos, chacareras, coplas y cualquier otra melodía que haga recorrido por su imaginación.
El show empezó y terminó con un sabor a euforia, a ganas de seguir los compases con las palmas, los pies, revisando un poncho o, simplemente, acompañando con la mirada.
Realmente fue una velada emocionante porque, más allá del talento innato de Borda y sus músicos -Daniel Godfrid (piano), Luis Borda (guitarra), Ariel Argañaraz (guitarra), Paula Pomeraniec (cello), Juan Pablo Navarro (contrabajo), Sebastián Noya (contrabajo) y Sebastián Espósito (guitarra)-, se pudo lograr una unión entre seres diversos, provenientes de ambientes distintos, con edades distantes unos de otros pero un corazón lleno de melancolía.
Y, ¿qué sería de nuestra patria e identidad sin dicho condimento?
Los amantes del tango y del folclore se dieron la mano y danzaron un camino (danzamos) juntos, de la mano, como buenos amigos.
En cuanto al repertorio, interpretaron “Chacarera de las piedras”, “Tú que puedes vuélvete”, “Camino del indio”, “Guitarra dímelo tú”, “El arriero”, “No te apuros carablanca”, “El aguacero”, “Corralón” y, para cerrar el primer bloque de la noche: “Atahualpa”. Justamente, esta última canción es la única no compuesta por Yupanqui sino por el guitarrista Luis Borda.
Ese primer fragmento nos dio la posibilidad de vibrar varios estilos, con arreglos musicales realizados por Daniel Godfrid y Luis Borda; brindando sonoramente reminiscencias de otros ritmos también nacionales.
Mientras las filmaciones en vivo capturaban momentos inolvidables, los espectadores se seguían involucrando y deleitándose con una música tan nuestra como las propias raíces, vivencias y angustias relacionadas con las letras populares y vivas en cada corazón.
«Descubriendo la poesía lo acunaban las estrellas, con toda sabiduría, dejó su herencia en la tierra». Cómo no rendirle tributo, sentir su sangre gauchesca en las venas, alegría y pasión. Cómo no devolverle talento a todo su gran aporte. Y cómo no estar agradecido, remitiéndose en tercera persona a un hombre humilde, teniéndole tanto respeto como para no tutearlo ni decirle che, gracias por todo.
Los instrumentos de cuerdas, de percusión y la grata voz de Lidia dieron lugar, entonces, a la segunda parte del recital. Un recital lleno de amor y buenos momentos.
Vale aclarar que no estuvo todo el elenco de músicos presente, sino algunos de ellos.
“El alazán”, “Piedra y camino”, “Siempre”, “La pobrecita”, “La flecha”, “Arrabal salvaje”, “Yo quiero un caballo negro” y “Cachilo dormido”; completaron el listado de temas. Claro que el público avivó, gritó, pidió «¡uno más y no jodemos más!» y los músicos volvieron al escenario -el cual quedó con huellas firmes de valores y convicciones-. Unos pidieron tangos, pero eso no fue posible en esta oportunidad en que la atención estaba orientada a Don Ata.
Pero alguien gritó desde adelante: ¡¡dos gardenias!! y nuestra intérprete cantó a capella hasta que se fueron sumando improvisadamente los instrumentos.
Todos -artistas y público- fueron un conjunto.
De eso no hubo dudas. Los aplausos fueron para él, uno de los músicos más consagrados y que da orgullo mencionar.
Justamente a pocos meses de comenzar el mundial de fútbol, da orgullo repetir que tenemos identidad con celebridades que no sólo se relacionan con torneos masivos.
El gusto por lo simple, refiriéndome a lo primitivo, originario e, indefectiblemente, lo más importante en la vida de una persona. El aroma a campo, a comida casera y a naturaleza; impactan en el cerebro de tal manera que nos permiten ser. Entonces, cómo no ser felices cuando esos estímulos se plasman en canciones de la mano de Lidia Borda.
Ella se metió entre los pastizales para descubrir la inspiración de Atahualpa. Respiró, vibró y le puso su cuerpo a un disco que se erige, singularmente, como reflejo de lo estéticamente bello.



Escrito
en mayo 1, 2014