Un caballo humanizado (Patricio Witis), el cual vive encerrado en un potrero, sin relacionarse demasiado con sus amos.
En medio de los típicos roces familiares -entre una hija (Celeste Sanazi) y su padre (Mariano Muente)-, surge una historia de amor que no llega a desarrollarse.
Los artistas tienen la convicción de cantar y trasladan la trama a las voces campestres y autóctonas.
Las guitarras suenan -marcando el ritmo, compás y sensaciones- desde la escena y desde fuera de ella.
No existen demasiados contratiempos, prevaleciendo el amor que no pudo ser y el encierro emocional de los
personajes como barrera al despertar de sus emociones.
En cuanto al título de la obra, considero que no es necesario justificar, constantemente, el mismo a través de la palabra. Sus cuerpos expresan y la música confirma a éstas.
Tal vez, sea una cuestión estética el modo de narrar y el recurso poético utilizado.
La sala del Teatro Garganta estaba colmada, todas las mesas de madera tenían un aroma especial rural. Ese perfume a antaño que suele ser difícil recrear y transmitir.
De repente, uno de los actores llamado Lucas (Julián Rubino), esboza en su canción: “Voy sin saber a dónde voy, voy despidiendo lo que soy” y, luego, se incorpora a la obra para seguir sorprendiendo con su estilo moderno y popular, al son de la zamba.
Al principio no se sabe quién es quién, pero el relato principal no apunta a descubrirlo, sino a convencerse de cuáles son las cuestiones trascendentes en la vida de un ser vivo y a luchar por los valores que considere importantes.
La música ambienta, entretiene… los diálogos conforman cada escena pero, si imaginaramos, una zamba bailada de principio a fin; sería el resumen de esta obra.
Por otro lado, el personaje de Soledad (Celeste Sanazi), la prima de Lucas, pretende ser el hilo conductor de las tragedias que se van sucediendo, pero podemos -de algún modo- tomar al caballo como personaje principal o, inclusive, al propio guión.
Eso es lo más interesante en “Desde mis ojos”: la posibilidad de elegir el camino a seguir y el sentirse libre, sin tener que esforzarse por entender. El entendimiento es visible, con diálogos no rebuscados, gracias a lo cual el espectador puede disfrutar y dejarse llevar por los estímulos de la pieza teatral.
Una estancia, un caballo, una familia y una serie de letras musicales que conforman esta propuesta.
Otro punto a resaltar es que cada intérprete puede lucirse, siendo todos protagonistas. También, la manera en que van alternándose los pensamientos del caballo con las escenas familiares, para lograr un par impacto distinto en una historia de amor.
“En la quietud del monte una brisa cambia todo” – dice el animal en cierto momento. El tenia sus pesares y dolor muy ocultos, tan ocultos que cuando quiso expresarlos no supo medir la fuerza. No era un animal salvaje pero sí en cautiverio, totalmente abandonado y despreciado.
La poesía está presente en todo momento, intentando desmarañar los problemas. A su vez, un guitarrista fuera de las tablas, ameniza a lo largo de la narración, otorgándole mayor vida al relato campestre.
Al finalizar la obra, me puse a pensar sobre el maltrato animal. Sobre la eutanasia, sacrificios, veganismo. Y es que, como les decía anteriormente, cada persona establecerá un lazo con aquel aspecto que le signifique más.
Si un caballo pudiese hablar con palabras, ¿qué esbozaría?
La violencia es violencia. Hacia una persona o animal. Entonces, por qué justificar uno más que el otro? Hasta donde llega el ego del hombre como para considerarse superior a otro ser vivo?
“La muerte es puramente animal”, afirma el caballo. Quizás ese sea su argumento para no sentir culpable.
La historia avanza y cada conflicto se resuelve. Mientras tanto la música cobra protagonismo:
“Nunca supe cómo cantar esta zambita cruel”.
¿Puede considerarse cruel un animal? Este actúa por instinto. Pero su instinto no siempre le marca lo correcto, solo lo que sus sentidos irracionales le confirman que debe hacer.
Escrito
en abril 7, 2014