Minientrada

Con un título denso, en sentido estricto, nos adentramos en la vida de un hombre llamado Alfredito. Él será el encargado de aventurarse en un pasado atroz, en el que conseguirá -de manera excepcional- oscilar entre el llanto desgarrador, la angustia, el dolor, el sufrimiento, el amor, la tenacidad y la alegría. Porque si hay algo que aprendió es a brotar como flor en medio del desierto. Cada relato es narrado como un retazo artesanal y muy bien seleccionado. Parecieran, entonces, formar un vestuario fino y transparente como su ser. No podría decir que se trata de anécdotas porque le quitaría poder y fuerza. Son partecitas de su pasado tan profundo e íntimo que consigue tocar nuestros puntos débiles también.
“Madre amadísima”, surge en el 2006 como obra de teatro en España, de la mano del escritor Santiago Escalante. Luego de llenar sus funciones con cientos de espectadores, tres años después es llevada a la pantalla grande y recién en el año 2009 Escalante decide convertir en novela su tesoro.
Con acento andaluz, nuestro actor Oscar Gimenez, se encarna en la piel de este niño-adulto. Y digo así porque Alfredito tiene mucho de su infancia en un cuerpo ya maduro. Se emociona al rememorar su primera vez, sus temores, su miedo a la tormenta y sus desilusiones. ¿Quién no las ha tenido? ¿Quién no las tiene?
Vivir, de eso se trata. Y eso lo hizo como pudo. No como hubiera querido en realidad, porque su gran amor se guardó en un placard de confort y se maquilló de hipocresía por el qué dirán.
El protagonista data de 1954, en una España dominada por Franco, con todo lo que eso implica.
Resulta atractivo el personaje, atrapante la puesta en escena (con el mobiliario justo y preciso, al igual que los objetos ornamentales), la fragancia del texto y su puntillosa dirección a cargo de Daniel Cinelli. Quizás la fragancia no puedan olerla pero sí sentirla porque cuando se cuenta con las palabras exactas y una interpretación grandiosa, resulta imposible no sentir con el olfato. Como si acaso les describiera un plato de comida sin imaginar su aroma.
Alfredito no es un niño pero allí se quedó detenido. Allí sintió todo y tanto. Amó. Amó con el alma y el corazón sin cuidarse, por si acaso. Todo lo dio. Con nada se quedó. Solo con esas sensaciones de antaño, con su descubrimiento sexual, con esas reminisencias que se contemplan en un momento, en ese instante en que se sabe qué deparará el futuro.
Un futuro impensado por un lado y conocido por otro.
Juega un papel muy importante la iluminación, que enfatiza cada hito del relato. Un relato que no se siente como monólogo sino como un diálogo con su público espectador. A modo de confesionario él se zambulle en el antes y ahora.
La relación cercana con su madre, sus cuidados, los miedos, la nobleza, la compasión y la fidelidad.
Mientras tanto una virgen negra es vestida con un atuendo por él confeccionado, con el más mínimo detalle y la Ley de vagos y maleantes prohíbe la homosexualidad. El Ejército, el paso firme y rígido versus la delicadeza y la amplitud mental. Una vida a puertas cerradas y otra explorada en sociedad, juzgada inescrupulosamente.
¿Cómo se pudo castigar el sentir?
El amor puesto en tela de juicio, servido como un plato que huele a podrido y aniquilado como mierda.
Porque, ¿el amor heterosexual es de otra categoría?
No hubo momento para planteárselo. Mejor eliminar lo diferente y seguir con el un, dos camuflado.
«A los homosexuales, rufianes y proxenetas, a los mendigos profesionales y a los que vivan de la mendicidad ajena, exploten menores de edad, enfermos mentales o lisiados, se les aplicarán para que cumplan todas sucesivamente, las medidas siguientes: a) Internado en un establecimiento de trabajo o colonia agrícola. Los homosexuales sometidos a esta medida de seguridad deberán ser internados en instituciones especiales, y en todo caso, con absoluta separación de los demás. b) Prohibición de residir en determinado lugar o territorio y obligación de declarar su domicilio. c) Sumisión a la vigilancia de los delegados».
Una historia como tantas hubo y habrá. Quizás en la actualidad no sean considerados delincuentes pero sí siguen siendo señalados como degenerados y enfermos por parte de un Estado que se quedó en la época prehistórica. Que jamás aprehendió que para vivir hay que dejar vivir y para usar el dedo índice hay que saber qué señalar y por qué. ¿Acaso alguien podría ser ejemplo de algo en este mundo?
Funciones: Miércoles 20.30 hs. Teatro Buenos Aires (Rodríguez Peña 411 – C.A.B.A.)
Mariela Verónica Gagliardi
Escrito
en agosto 21, 2019