*** ENERO 2023 ***

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Lo que no mata, fortalece

La fragilidad del cielo8

La fragilidad del cielo (escrita y dirigida por Anahí Ribeiro) es una pieza teatral exquisitamente romántica, sutil, prolija, de alto vuelo y que genera todo tipo de sensaciones a lo largo de la gran historia.

Ya de por sí, la distribución del espacio escénico es circular; lo cual permite que los espectadores nos ubiquemos muy cerca de lo que acontece. Estamos, de hecho, ahí mismo. Sintiendo, vibrando e imaginando lo que vendrá.

Me fascina este tipo de teatro artesanal, sobre todo porque no abunda.
Anahí Ribeiro supo crear mágicamente una narración dramática, dulce, tierna y con todo lo que tiene que tener una obra de teatro de este género.

Tres personajes: Odell, Bruno e Ilse irán interpretando La fragilidad del cielo que resulta ser conmovedora desde todo punto de vista.

Odell (Silvina Katz) es la hermana mayor de Bruno (Daniel Begino), un hombre que se está quedando, de a poco, ciego; quien es escritor y sufre por su padecimiento. Es así como Odell contrata a una dama de compañía llamada Ilse (Heidi Fauth), quien logra un lazo muy fuerte con él. Un vínculo que podrá ser juzgado por Odell y a la vez autorizado.

Todo lo que ocurre en esta obra es tan noble como el trágico final. Ningún diálogo está forzado ni es redundante, motivo por el cual todo transcurre como en una verdadera historia épica en que las sensaciones y miradas podían generarse y vislumbrarse en todo momento y sin una prueba contrarreloj.

La fragilidad del cielo se disfruta, y tuve la impresión de que podría existir una segunda parte (y varias más).

Todas las palabras escritas y distribuidas por el suelo, el olor a mugre (que se percibe pero no se huele, lógicamente) el estancamiento, el olvido de todo lo que debería ser pero (simplemente) no es por diversos motivos. La paciencia para acostumbrarse y naturalizar todo lo más horrible posible. Lo desagradable, lo temido, la postergación y le degradación humana están presentes.

Como contrapartida, el amor que hace renacer, que ilumina lo oscuro y podrido.
Es un verdadero rito a la vida, a la verdadera vida en que no se oculta lo negativo sino que se observa para ser reparado. Adoro que pueda sentirse bien como mal.
Me enamoré, debo decirlo, de la escritura, de las actuaciones de Heidi Fauth, Silvina Katz y Daniel Begino. Y digo esta palabra porque es descomunal el trabajo que hacen en escena. Los tres personajes son creíbles y gracias a ello podemos recorrer junto a ellos todo lo acontecido. No hay sobre exageración ni falta de interpretación. En la medida justa y perfecta transitan por sus pesares, iluminan lo olvidado, se repliegan y florecen a la vez.

Poesía pura y notable, abrazos reparadores, ambiente frío y desolado que necesita ya mismo una cortina transparente para ver los rayos del sol.
Resulta desesperante cómo la tensión de Bruno crece de momento a momento, buscándose, reconociéndose desde un nuevo lugar, queriendo volver el tiempo atrás para ver con los ojos pero asumiendo (quizás) que no siempre hacen falta. El calor, el frío, todo puede contemplarse y vivirse sin la mirada del iris. Estamos tan acostumbrados a eso que si nos faltara tendríamos tanta desesperación a punto de.

El vestuario, la tenue iluminación, hasta la espalda desnuda o con ropa ya generan algo.

Todo lo presente y ausente son significantes en este mundo tan hostil.

La palabra a veces ahuyenta y, otras, atrae. Esto queda demostrado. Así como los secretos más profundos que se revelan de la manera menos esperada, dejando atónitas a algunas personas.

La fragilidad del cielo demuestra cómo lo más rígido es aquello que se rompe en mil pedazos, como una tormenta que suavemente nos trae aire fresco después de una gran presión atmosférica.
Como un cristal a punto de caerse pero que puede evitarse.

Dramaturgia y Dirección: Anahí Ribeiro. 
Función del 28/7. Espacio Callejón.

Mariela Verónica Gagliardi

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Todas las voces del corazón

La piel de Elisa1

Ficha La piel de ElisaCarole Fréchette es la autora canadiense del libro La peau d´Elisa, 1998 (La piel de Elisa), una recopilación de historias de amor que ya se ha montado como obra en diferentes países desde entonces. Sus líneas irradian luz por donde se las mire. Porque a quién no le gusta que le cuenten historias (verdaderas o ficticias).

Desde que nacemos somos oyentes y, tantas veces, al crecer vamos perdiendo la magia de sorprendernos hasta con un aroma determinado.

La piel de Elisa (protagonizada por Dana Basso y Lisandro Penelas, dirigida por Silvina Katz) me sedujo de entrada y me sentí cautivada por completo. La obra se desarrolla en el bar del Espacio Callejón y esto es un acierto. Porque qué mejor escenografía que la real y algunos detalles preciosos que acompañarán a cada una de las mesas en que reposarán los espectadores durante la tardecita. Porque este horario de las 19 hs también otorga una calidez oportuna ya que el tránsito en la calle es distinto, el transeúnte no corre sino camina, el acelere de la ciudad se modifica y es el momento de dejarnos llevar.

Elisa todo lo siente, todo lo cuestiona, todo lo abraza y escoge. Porque ella es una mujer que vive apasionadamente y que tiene algunas preocupaciones (como el paso del tiempo). Podríamos preguntarle por qué le preocupa tanto este factor si es tan hermosa. Ella ha llegado a la adultez con la sabiduría innata del sentir. Su piel es su primer sentido y por eso pretende que permanezca intacta, joven, sin arrugas, suave. Por eso cuestiona cómo está y se queda más tranquila cuando las respuestas del público son positivas. Porque Elisa vive atormentada pero también ilusionada con todo lo que puede narrar.

Un caudal enorme de historias que no parecen extinguirse jamás, que son contadas en primera persona y, con ello, se acercan aún más al espectador (el cual interviene desde la mirada hasta la escritura).

Parece, por momentos, ser un cuento ficticio hasta que la realidad real se apodera de los diálogos y la verosimilitud nos abraza.

Realmente es una puesta en escena romántica, tierna y poderosa, en la que el amor recupera su primer lugar ya sea narrando en la voz de un hombre o de una mujer. Porque a ella la acompaña un caballero muy atento y expectante, fascinado en el silencio por su manera de ser. Hasta que habla y con ello sus palabras se entrecruzan con las de Elisa, o las de Sigfried, o las de Jan, o las de Edmond, entre otras.

De repente, sentí que no estaba ni en un bar ni en un bar dentro de un teatro ni en la mismísima Capital, sino en un film de otro país. Como extra, al igual que todos los demás espectadores que -fascinados- aguardaban más información sobre cada uno de los personajes y relatos que citaban los actores encarnados en piel. Porque el principal estímulo para entrar en el código de esta obra es abrirse y no juzgar ni interpretar: escuchar con los sentidos y relajarse desde el ingreso a la sala decorada con esa luz tenue que permite inmiscuirse en los microrrelatos que se van sucediendo espontáneamente.

Es una digna puesta donde queda demostrado que la madurez no es sinónimo de vejez sino de sabiduría, de engrandecimiento, de riqueza sentimental y de un grito desesperado hacia el amor.

A la vez que un violoncello (a cargo de Miguel Gomiz) musicaliza toda la función, el romanticismo surge para quedarse y las cuerdas del instrumento se mimetizan con las vocales, con los movimientos corporales y con todos los desplazamientos, por el lugar, que plantean las mini obras.

Para poder seguir viajando junto a ellos, descubriendo paisajes, hombres, mujeres, soledades, vacíos y la eficaz herramienta de poder crecer bebiendo nuevas anécdotas para no quedarse sediento de un mañana anti rutinario. Para vivir otras vidas a pesar de contar solo con una.

Porque la Piel de Elisa es una cita obligada para los amantes del arte de narrar y porque cuando se encuentra un elenco tan comprometido y talentoso no queda más alternativa que recomendarlo.

Mariela Verónica Gagliardi

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