*** MAYO 2023 ***

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Agonía

Brotherhood

A veces siento que el arte no tiene sentido y, otras, recapitulo y ordeno los pensamientos: el único sentido en la vida es el arte. Porque podremos tener días mejores o peores, podremos abrir la ventana y ver la lluvia mojar todo, o el sol rajar la tierra.

No siempre pasan las cosas que queremos que pasen, pero, podemos estar seguros que hay algunas (como la muerte) inevitables.

Brotherhood (escrita y dirigida por Anahí Ribeiro) me llegó al alma. Desde que la vi no puedo dejar de recordar algunos de sus retazos. Es una obra que amé desde la proyección de una montaña rusa. Sentí cada frase, la música, las actuaciones tan realistas y sencillas.

El eje central de esta propuesta podría decirse que es el desapego. No me atrevo a decir la muerte porque lo que más conmueve no es la despedida física sino ese hueco vacío que nunca más podrá ser llenado. Porque la persona ya no volverá. Porque el duelo será breve o prolongado pero no traerá al ser querido. Entonces es como una despedida de la que importa el lugar en el que nos ubicamos.

Anahí tiene una facilidad para componer personajes, para realzarlos, dormirlos, hacerlos aguardar, explotar en masa y volver a caer de golpe. Los diálogos que escribe son comparables con la montaña rusa, por sus vaivenes. Por el impulso y fluidez.

¿Qué le ocurre a cada uno de estos siete hermanos cuando tienen que involucrarse con sus padres desde el lugar del adiós?

La enfermedad los atormenta, los hace vulnerables, fríos, distantes, cálidos, empáticos, violentos… todo.

Hermanos que son opuestos pero consiguen complementarse. Que coordinan desde la tecnología, que se abrazan sin quererlo o se insultan por angustia.

La sensación vertiginosa de este juego de parque de diversiones es completamente eficaz ya que no es posible desatender la imagen, sino que es parte fundamental para construir y reconstruir a esta familia.

Con respecto a la parte psicológica de la pieza artística podría subrayar el alto grado de negación que tienen algunos personajes, la impotencia de quienes más se involucran y el desinterés de quien muchas veces más sufre y no logra canalizarlo desde el amor.

Es una obra de teatro maravillosa. De esos textos que generan todo tipo de sentires en el espectador, de una coordinación exquisita entre la parte visual, sonora y actoral, con la dirección impecable que pareciera orquestar en vivo.

Si alguna vez perdiste a un ser amado (no necesariamente por el factor muerte) acercate a ver Brotherhood para poder analizar tu postura frente al mundo, al amor, a los vínculos y a lo que realmente importa. Porque si bien los valores son fundamentales, ¿quién determina cuáles tienen más alto rango?

Lo que dice una, es contradicho por otro y lo que en un momento parece ser una batalla campal, luego se consolida como un todo equilibrado. Porque si los polos opuestos se atraen, la acción y reacción pareciera ser que también.

Se puede vislumbrar un constante apoyo de los débiles sobre los fuertes cuando lo que se muestra superficialmente es todo lo contrario. El enojo les hace hervir la sangre, aquella que no siempre los vincula como parientes sino más bien como enemigos.

A la vez que las escenas se transitan a lo largo de la historia, todo va concluyendo sin permiso y lo inevitable se hace presente. 

Brotherhood le hace cosquillas al público pero, también, lo incomoda. Es necesario que lo haga. Al menos para cumplir con su cometido -el cual es presentar situaciones típicas de la vida cotidiana, posibles maneras de afrontarlas y el avance del tiempo que (velozmente) suele jugar malas pasadas.

Si estás preparado para la aventura, abrochate el cinturón que está a punto de empezar…

Dramaturgia y Dirección: Anahí Ribeiro
Actúan: María Forni, Julia Funari, Bárbara Majnemer, Carlos Marsero, 
Ingrid Mosches, Mariano Sacco, Gerardo Scherman
NÜN TEATRO BAR
Entrada: $ 400 y $ 350 
Funciones: miércoles, 21 hs
A partir del 12/02

Mariela Verónica Gagliardi

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Supongo que las palabras que digo tienen algún efecto

Soy Sonia

Eso dice y espera una afirmación, una respuesta. Algo…

Un unipersonal que ofrece todos los ingredientes para cocinar, a fuego lento, una receta perfecta y artesanal.

Desde el momento en que entré a la sala de Espacio Sísmico pude respirar un aire tenso, con iluminación tenue y la marca de un equipo que trabaja en conjunto (lo cual se nota y mucho). Con respecto a la escenografía, la misma es minimalista, colocando a la protagonista siempre en primer plano. 

Soy Sonia es el nombre de esta propuesta que toca un tema tan profundo, controversial y trillado como el de la muerte. 

Muchas veces me pregunto si existen argumentos nuevos y siempre llego a la respuesta negativa. Entonces, la innovación está a cargo de la pluma del dramaturgo Gastón Díaz (quien también dirige la pieza teatral). Y, Virginia Pezzutti, es quien le da vida a las palabras de una manera tan delicada y empática que es posible llorar sin vergüenza.

Sonia es una mujer joven que recibe una noticia muy fuerte: su padre, a quien no conoce prácticamente, está muriendo. Ella tiene la posibilidad de seguir su vida como si nada o, hacerse cargo de él, de sus últimos momentos en esta tierra y dejar que la transición la envuelva en un mar de lágrimas, de planteos y replanteos, de situación asfixiantes, de toma de decisiones y demás.

Como si se tratara de una película que transcurre en varios lugares pero con foco en un mismo personaje, Sonia entra y sale de los espacios narrados a lo largo de la historia. Resulta enigmático el segundo personaje, quien es lo que ella cuenta. No lo vemos más que en nuestra imaginación. Lo conocemos a partir de sus ojos y podemos sentir acercamiento o lejanía de acuerdo a su corazón.

Ella va y viene, lo acompaña y le habla. Le cuenta dónde vive, qué hace. No intenta recuperar el famoso “tiempo perdido”. Vive, resurge, es consciente de que lo está perdiendo una vez más. Y en esta ocasión para siempre. Su cuerpo ya no pertenecerá más. Se esfumará.

Lo conmovedor es cómo se sucede el tiempo, en qué lugar queda Sonia, hablando metafóricamente, qué siente, qué la conmueve. La poesía está en sus venas y ella se expresa desde ahí y, también, con un lenguaje común. Piensa y resuelve al instante. Y, en cuanto parece no dar más, reaparece de otro modo, evocando todo lo que su piel, alma y corazón sienten. Es tanto que desborda como el agua que recorre su cuerpo, que le devuelve lo que perdió, que reconecta con su tiempo y espacio, que le permiten ser ella sin necesidad de simular a otra.

¿Qué se hace cuando ya no hay nada por hacer?

Esta es una de las cuestiones que logré captar como esencia del unipersonal. 

Alguien en coma, ¿siente? ¿Escucha? ¿Vive?

Es tan difícil poder imaginar si un movimiento inconsciente es tal o voluntario…

Cómo se atraviesa la muerte es algo llamativo e inesperado en esta puesta. En primer lugar, porque no se recurre al humor. Y, en segundo lugar, porque no es redundante la óptica del autor. 

Soy Sonia es a modo de presentación y de cordialidad. De entablar un vínculo y diálogo desequilibrado. De interpretar un sentir según el momento. De acompañar la inexistencia desde la locura.

Soy Sonia es una obra de teatro impecable en la que todo funciona, sirve y coloca al espectador en un lugar activo. Resulta imposible no sentirse atravesado por la narrativa y el palpitar de la actriz, quien se arma y desarma tantas veces como requiera su personaje. Es brillante, como su ductilidad y carisma.

Junto a las proyecciones de diapositivas, el trabajo presentado es único, cautivante y motivador. 

Nacemos sabiendo que algún día vamos a morir. Creo y siento que después de esta función, todos los presentes sabremos que no todo es blanco o negro.

Soy Sonia me permitió conocer una nueva mirada sobre la muerte que no es más que la vida desde la vereda de enfrente.

Dramaturgia y Dirección: Gastón Díaz
Actriz: Virginia Pezzutti
Funciones: Sábados, 21 hs
Espacio Sísmico (Lavalleja 960 - CABA)

Mariela Verónica Gagliardi

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¿Psicodrama o realidad?

Anita o la tragedia de las partes7

Cuando la existencia sofoca, aburre, distrae y no hace más que evitar el disfrute y la vida misma; surgen las transgresiones como opción.

Anita o la tragedia de las partes (escrita y dirigida por Luis Longhi) es una fiel visión de esto. Una búsqueda hacia los límites no establecidos más que por la moral o alguna astucia pasajera.

Anita (protagonizada por la talentosa Maia Francia) es, posiblemente, la mujer que muchas veces quisiéramos ser -al menos por un instante de lucidez-. Probablemente quienes vean la obra puedan cuestionar mi perspectiva y estaría bien (o mal) de acuerdo a lo que cada una quiera y/o sienta.

¿No perciben acaso días en que la rutina asfixia demasiado hasta no permitirle al aire salir de la garganta?

Quizás la existencia no sea una fiesta constante pero sí debería ser una oportunidad de enfrentarnos con algo o alguien que nos haga sentir que “vale la pena” respirar.

La presente historia plantea varias aristas y esto resulta sumamente interesante para ver, sentir y, sobre todo, analizar. Tanto en el momento como después. Y no solo después de la función sino días después. Hasta que caigan las fichas suficientes que nos permitan saber si Anita es una desquiciada o si, tal vez, tiene la fórmula ideal para sentir lo que su cuerpo le pide.

Hay quienes juegan a la ruleta rusa considerando la gravedad o la adrenalina del acto del revólver. De la acción de arrebatarle la vida a un otro por x causa o motivo. A veces, simple diversión. Aquí ocurre algo similar, salvo que es una experiencia única y atractiva para el espectador; donde (por suerte) no vuelan cabezas.

Anita tiene un plan, aquél que no conoceremos hasta el final de la dramaturgia y que por cuestiones obvias no podría develar. Lo que sí les aseguro es que si se permiten no juzgar, van a encontrarse con un universo platónico, artístico, musical y con segundos movimientos que mantienen la astucia de todo rebelde.

El mundo de esta mujer se divide entre lo intelectual, lo pasional y lo banal. Dentro de este último, ella no está incluida. Por eso, a mi parecer, le cuesta tanto transitar los días de su existencia. No logra pertenecer y no quiere pertenecer. Sí, en cambio, romper las estructuras establecidas e imponer su personalidad única e irreversible.

Cabe resaltar la dupla lograda junto a María Viau, con quien emprenden la aventura más peligrosa de sus no vidas. A ellas se suman dos actores (Pablo Sórensen y Sebastián Politino) que irán y vendrán de acuerdo a las necesidad del texto y los caprichos de Anita.

La protagonista es curioso cómo se busca profundamente. Mirada desde afuera pareciera tratarse de una persona rígida, bien plantada y con objetivos claros. Nada de eso es real. Ella, justamente, está perdida entre cuatro paredes. Se mueve, constantemente, danza, gira, se desplaza por el suelo. Se compone y vuelve a caer. Como sus sentires. No es bipolar sino una mujer desbordada e incluso acompañada por sus amigos no muy coherentes entre sí. De esto resultan varias situaciones dignas de ser observadas una y otra vez; ya que las mismas se reiteran en formatos aunque no en formas.

¿Por qué psicodrama?

Es lo más novedoso de la puesta en escena. Una historia ficcionada dentro de la propia ficción. Una verdad mentirosa y una interpretación que fuerza a aquella realidad que nunca llegaría espontáneamente.

Un cuarteto de cuerdas acompaña cada escena de la tragedia que resulta ser la propia existencia y la propia muerte o alguna muerte.

Por momentos se ve a Anita acercarse a los músicos cual directora y su posiblemente (desquiciada mente) le permite manipular todo y a todos para montar aquella vida que siempre hubiera querido tener: la arriesgada, la de equilibrista sobre una cuerda floja.

Todo pareciera tenerlo bajo “control”, pero ¿quién la controla a ella? Por momentos su amiga y por otros el azar.

¿Cómo saben los mortales que están vivos si nunca transgreden los límites?

¿Cómo podrían estar seguros de que esta vida es vida y no un sueño que en algún momento se termine?

Luis Longhi dirige esta magnífica pieza artística dentro de la que cada uno se luce, se expresa y demuestra dónde está el precipicio o la luz misma. Aquella que, tal vez, exista cuando otra se apague.

Dramaturgia y dirección: Luis Longhi
Actúan: Maia Francia, María Viau, Pablo Sórensen y Sebastián Politino
Funciones: Sábados, 18 hs
Teatro El Tinglado

Mariela Verónica Gagliardi

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Una muerte dulce

Las inolvidables1

Son muchas las cosas que se dicen cuando una persona se va de este mundo y, también, muchas las palabras que se callan.

De una u otra manera, es difícil saber a dónde van los muertos, qué sucede con su cuerpo y alma, si los volveremos a ver o ya todo se termina en algún momento.

Las inolvidables (escrita y dirigida por Irene Sexer, Silvina Sznajder y Demián Candal) rompe con la doctrina cultural de nuestra sociedad occidental y trae consigo una mirada que pocas veces se tiene en cuenta: la de sentir que una etapa culmina.

No sabemos, en general, seguir adelante sin traumas. No sabemos sonreír cuando sufrimos. No sabemos ¡tantas cosas! Nos creemos superiores a los animales, pero no comprendemos cosas básicas.

Pensamos en el dolor egoísta que tenemos en el corazón cuando alguien ya no forma parte de nuestra pero jamás nos recostamos a evaluar cómo se sentía la otra persona ni todo lo que tuvo que haber atravesado.

La presente obra de teatro es un joyita de oro. Eso y mucho más. Tiene todo lo que tiene que tener una dramaturgia: desde un texto eficaz que nos hace transitar por situaciones nostálgicas, alegres, tristes, sabrosas, de ensueño, picarescas; y todo con pasión. De esa pasión que tienen los artistas que se dedican a una profesión con el alma. Y es así como ambas actrices lo logran, realizando un canto a la vida y no a la muerte. Quienes aman con todo el cuerpo. Quienes danzan aún cuando no sea la coreografía más perfecta del mundo.

Las inolvidables marcan un antes y un después, hacen llorar, emocionar, aplaudir durante la obra y permitirnos soñar despiertos. Con un equipo técnico y artístico que permiten la perfección en escena, luces que se conjugan de un color u otro para que las artistas interpreten y unas canciones que están en completa sintonía con el decir y hacer.

Otro punto importante a destacar es la sutileza con la que nos hacen recorrer temas profundos, con mucha sintonía clownesca, vestuarios maravillosos e idénticos, sonrisas que desprenden amor y un compromiso por lo que hacen digno de quedar sellado en cada una de las butacas del teatro.

Adentrándonos en el argumento de la pieza artística, se trata de una historia en la que dos amigas rememoran sus shows, pero no solamente los más notorios sino aquellos en los que fallaron. Y esto lo hacen con el objetivo de ser auténticas con sus pasados.

La mentira, entonces, parece no formar parte de sus vidas y eso les da la oportunidad de aventurarse en diversas peripecias que, como público, observaremos y reiremos a la par. Pareciera ser una especie de mamushka de la que se desprende una historia, de otra historia, de otra historia y cada vez que parece acabar nos sorprende algo nuevo.

Todo tiene sentido y coherencia, de principio a fin, como la vida misma -si le prestamos atención-.

¿Morir juntas?

Parece ser la fórmula perfecta y elegida por las dos para ir de la mano hacia el pasado y presente que les dará la posibilidad de hacer un show inolvidable y en el que terminarán de alcanzar la fama; aquella que muchas veces se consigue al no estar más de pie.

“Ya ha pasado y ha dejado huellas en el olvido”, evocan en cierto momento de la obra, sonriendo a lo que fue y nunca más será. Ellas mismas aceptan, dejan fluir, y avanzan hacia un nuevo rumbo. ¿Miedo al destino? Parecen no tener.

No todo es llanto y pena, y ellas lo demuestran instante tras instante.

Desde un music hall, hasta el canto lírico y otros géneros musicales que desfilan por Las inolvidables haciendo lucir a  Irene Sexer y Silvina Sznajder, quienes confían en sí mismas, en lo que hacen, en lo que transmiten; y sin lo cual sería imposible que rompan con la cuarta pared.

Estamos todos juntos, nos abrazamos sin tocarnos, nos reímos a carcajadas y lloramos a la par… como en la vida y quizás también, como en la muerte.

Esta obra de teatro merece ser vista muchas veces para comprender el verdadero sentido de la vida, de la pasión y de todo lo que no estamos haciendo hoy. Quien sabe cuando llegue el momento de la despedida.

Funciones: Domingos, 18 hs
Teatro La Carpintería (Jean Jaures 858 - C.A.B.A.)

Mariela Verónica Gagliardi

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Me enseñaron a matar

Nüremberg1

La magia del teatro consiste en hacernos creer que una ficción es la realidad. Muchas son las veces en que me conmuevo y siento vibrar mi corazón; pocas las que creo estar viviendo en esa realidad real, olvidándome por un momento que lo que sucede es pura actuación.

“Nüremberg” es un golpe duro y preciso no solo al nazismo sino a nuestra especie humana. En primer lugar, porque se parte de una Alemania aduladora de Hitler y, en segunda instancia, porque se pretende abrir los ojos de quienes aún en estos tiempos continúan cerrándolos.

Mateo Chiarino es quien se encarga, a través de su cuerpo, alma, espíritu y voz de ir enlazando estos retazos del pasado y presente que tanto lo agobian, hasta las peores pesadillas.

Estamos muy acostumbrados a juzgar el accionar ajeno, a señalar con el dedo inquisidor, a decir lo que el resto hace mal… pero, ¿cuándo es el momento de la auto-evaluación?

Un espacio escénico increíble, que nos sitúa en el lugar geográfico desde el que se desea narrar la historia. A través de proyecciones, en vivo, Pablo Finamore perpetúa en el tiempo dos hilos conductores fundamentales: la frialdad y la ternura. La primera se muestra a partir de lo que significó el nazismo para los jóvenes alemanes y, la segunda, se manifiesta a través de los sentires de este niño-adulto que desea -con fervor- seguir conservando un rayito de inocencia.

Mucho se ha hablado de los skinheads, del daño que le hicieron a cientos y miles de personas inocentes. Nunca, hasta el momento, he visto una obra de teatro que se atreva a develar qué siente uno de ellos. Qué les corre por las venas, qué piensan al respecto, a qué le temen, qué aman, qué hubieran querido ser y por qué terminaron convirtiéndose en sujetos temibles y (al mismo tiempo) aborrecidos.

Siempre observo que quien suele criticar negativamente algo o a alguien, se convierte en aquello por transferencia. Como si algún mortal tuviera la verdad sobre algo, el poder de evitar el dolor o la varita mágica para salvar a aquellos merecedores.

Nüremberg (escrita por Santiago Sanguinetti) es la mirada más aterradora hacia la raza humana. Y siento que el nazismo es simplemente un punto de partida para hablar de algo mucho más abarcativo y universal: hacia dónde vamos.

Un joven que se entrena como soldado, que suda sin piedad, que se deshidrata hasta que su boca se vislumbra blanca con esa baba espesa propia del último aliento. Este hombre es uno más de ellos, sin embargo, se atreve a narrar su infancia. Él simplemente ahorraba. Como todos lo hacemos. Quizás con monedas o billetes. ¿Quién no lo ha hecho? Pero no se le permite: eso es cosa de judíos le decía una y otra vez tu madre…

Desde niños les enseñan a no parecerse en nada a sus rivales. Esos seres tan parecidos y tan diferentes.

Humanos que necesitan encontrar las diferencias para aniquilarse sin piedad.

¡Hi Hitler! Repite sin cesar, golpeándose en el pecho y llevando el brazo bien derechito hacia adelante. El saludo nazi. Ese saludo que se temió y teme tanto. Que muchos habrán sentido valentía al hacerlo y, otros, miedo de morir en cualquier instante.

Nüremberg es una pieza artística de teatro con formato de cine. Su director Pablo Finamore tiene la perfección para lograr las tomas precisas y conseguir que el público admire su arte en todo momento.

El odio les sirve. No solo a un movimiento o ideología sino a quienes tienen un plan macabro. Quien odia no tiene espacio para el amor. Entonces todo lo que pudo haber sido sueño se convirtió en oscuridad, en témpano para no dar lugar a nada bonito. Las cursilerías no tienen cabida. No interesan, son para los débiles quizás.

Mientras tanto él continúa educándose para matar, sudando lágrimas y reprochando a los adultos del pasado por qué no pudo ser un chico común y corriente.

Nüremberg me partió el alma si es que el alma puede imaginarse como un vidrio. Los pedacitos quedaron como astillas imposibles de unir. A la vez que escribo esta nota recuerdo las escenas de la obra y sigo lagrimeando por la juventud entrenada para odiar. Y es que ya es moneda corriente en Occidente, una moneda bastante imposible de revertir.

¿Cómo decirle a los líderes opresores que el amor es lo más importante en la vida de todo ser vivo y que matar es un acto de cobardía?

Ser hombre pareciera ser el dejar de lado todo sentimiento noble y colocarse una armadura de hierro para que ningún gesto pueda traslucirse. Ser hombre y luchar por causas insensatas. Y seguir repitiendo lo que alguna vez se inició como verdad absoluta basado en la miseria más grande de la humanidad: el ego.

Su rostro se expresa duro, cual fiera. Luego se convierte en niño, después en adulto. Su corazón cambia de color según la época que nos narre. Permanece en movimiento una y otra vez. Quizás teme perder en esta guerra inútil. Se perfuma, se seca el sudor y continúa. Se tira al piso y ejercita. Se para y salta incesantemente. Es momento de frenar, de quitarse los tabúes, de echar a un lado los reproches y mostrarse tal cual es.

Es su vida. La que se le permitió, la única que tiene. Deberá entonces salir a la superficie y compartir sus orígenes. Habrá quienes se compadecerá y quienes no harán más que odiarlo por el odio que tuvo y que, probablemente, seguirá permaneciendo en sus venas por el simple hecho de haber nacido en un lugar determinado.

Funciones: Sábados 20 hs

Teatro El Ópalo

Mariela Verónica Gagliardi

 

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Todos nos volveremos a ver

La vida y la muerte, dos momentos, dos etapas. Dos algo que bien se desconoce. A veces, podríamos pensar que estamos soñando o en otra dimensión. Que ya vivimos otras vidas o que esta es, simplemente, la primera.

Existen muchas teorías al respecto. Pero, de lo que podemos estar seguros es que para vivir y para morir hace falta valor.

En el musical “El dedo. ¿Podrá un vivo casarse con un muerto?” (con Libro y dirección de Diego Badaracco) se puede ser feliz durante más de una hora, acercarnos a la parca sin miedo, hacernos amiga, disfrutar y ver un universo de colores que no parece ser para nada malo.

Porque, en verdad, uno suele sentir miedo hacia lo desconocido y esto no es ningún descubrimiento de mi parte. A lo conocido lo podemos manipular, conversar, guardar, quitar y hacer lo que nos plazca. Pero, con aquello que tenemos más incertidumbres que certezas, ¿qué hacemos?

¿Cómo nos enfrentamos ante lo temido, lo inaccesible?

Muchas tonalidades e historias nos invitan a compartir una comedia musical llena de esperanza, de talento y de magia en el éter. Con coreografías súper atractivas, canciones e interpretaciones es que podremos sumergirnos en un matrimonio en vida y otro en muerte. Suena raro, ¿cierto?

Porque al dejar de existir de este lado, no implica que dejemos de existir del otro lado. Parece ficción y en este caso lo es. Aunque hay quienes prometen un Paraíso o un Cielo o un algo que puede ser que sea más deseo que justificación racional. Pero, ¿para qué adelantarnos?

Un joven, protagonista de esta historia, es quien andará de un lado a otro sin pedir permiso. Aventurándose a descubrir todo aquello que le intriga. Paseando como en busca de algo que quizás ni siquiera se imagina. Gracias a su deleite es que podremos sonreír y tener la esperanza de que en algún momento veremos a nuestros seres queridos que ya no nos acompañan físicamente.

Es un cúmulo de sensaciones encontradas que nos recorrerán por dentro y por fuera. Acariciándonos y dándonos un suspiro en medio de la angustia.

Pero, El dedo, no es un musical para llorar sino para conmovernos, para vivir a pleno, para bailar en las butacas e imaginar lo intangible como más allegado.

Como cuando éramos niños que inventábamos cuentos incoherentes porque tan solo se nos ocurrían. La imaginación está a flor de piel y vale la pena despojarnos de prejuicios para escuchar a quienes aman, a quienes tienen la oportunidad de cambiar sus vidas, a quienes se descubren solidarios y se corren a un costado, a quienes se disculpan por decidir por otro, a quienes se dan la posibilidad de querer cambiar el mundo impregnándolo de cosas bonitas y de reencuentros maravillosos.

Como si el tiempo se detuviera, un rostro es reconocido, un vestido se convierte en decorado y el capricho más absurdo en realidad.

Porque siempre se dirá que las cosas se valoran cuando se pierden. Y muchas veces es cierta la frase, aunque no siempre.

Por eso es que la ciencia ficción nos hará palpitar una escenografía que acercará el más allá al más acá. Que nos traerá lo más simple para que, de una vez por todas, sintamos que lo que no se hace ya mañana podría no ser igual.

Un vivo y una muerta pero no que imaginamos. Una muerta que enseña, que construye, que da y se retracta ante sus errores. Porque, evidentemente, en el cielo también se paga por ellos.

Ya habrá tiempo para uniones eternas, quizás.

Lo que hoy vale es el caminar por aquellas sendas añoradas y no impuestas. Por esos paraísos en vida y no los prometidos según la Biblia.

Un elenco maravilloso en el que cada artista tiene su momento para lucirse, para desplegar su talento, su caudal de voz, su delicadeza, su humor y picardía. Un boom que explota y se expande por toda la sala del teatro La Mueca. Adrenalina que recorre los pasillos, que nos contagia e impulsa a aplaudir sin parar. El libro y la dirección son óptimas y se trasluce el trabajo en equipo de modo integral.

La oscuridad aquí es arte, es color, es celebración. Y es una manera de aceptar que así como existe la muerte también existe lo negativo adentro de cada uno de nosotros. Aceptarlo es la única posibilidad que tenemos de construir y no destruir. Quien niegue esa parte estará negándose a sí mismo.

Mariela Verónica Gagliardi

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