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Ser titular otorga una firmeza y poder que de otra manera no sería posible sentir ni palpitar en el cuerpo.
Tener la certeza de que un puesto es propio y no ajeno, saber que no podrá ser desplazado porque se cuenta con la autoridad para ocuparlo sin tener esa amenaza o incertidumbre.
“La suplente” (escrita y dirigida por Mariano Moro) es una obra de teatro tragicómica que viene a mencionar esos temores, esas sensaciones que se tiene al no tener el puesto de titular y luchar por un espacio de segunda categoría.
María Rosa Frega, interpreta Azucena Marchitte -una maestra que dará una clase muy especial- de la cual formaremos parte pero no como público sino como alumnos; motivo por el cual ocurrirán situaciones cómicas, dramáticas, inimaginables y súper creativas.
Esta docente, ahí, sola, ocupando un espacio escénico que tiene los detalles ornamentales necesarios como para recrear un aula tradicional de antes, con varios accesorios que le servirán a la actriz para montar diferentes cuadros.
La obra se viene llevando a cabo desde el 2001 y siempre fue un éxito, lo cual no es sencillo que ocurra dentro del teatro independiente porque llega un momento en que el público se agota y la cartelera artística de Buenos Aires, agobia y avasalla con sus propuestas.
Cantidad no es calidad y este es uno de los casos. No solamente la dramaturgia es excelente sino que la actuación de María Rosa nos deleita y conmueve durante toda la función. Si bien existen detalles que datan del año de su creación, casi la totalidad de la obra es atemporal.
Mariano Moro logra que redactar un texto bellísimo, inteligente, suspicaz y con el gran desafío de que solamente pueda resultar grandioso al hallar a la actriz indicada para llevarlo a cabo.
Considero que al leer la sinopsis de La suplente, no podrán entender la magnificencia de la dramaturgia. ¿Cuántas señoritas maestras vienen a reemplazar a otras y son burladas por la clase, por los niños?
Azucena tiene la certeza de que ella es mejor que la docente a la cual reemplaza, sin embargo, no puede decirle nada a la cara ni desenmascararla ya que se encuentra de luna de miel, disfrutando de unas regias vacaciones junto a su marido.
Azucena está despechada, envidiosa, se viste como mujer grande, con el pelo recogido, tirante y diciendo las palabras supuestamente correctas. Aunque al no estar presente su competencia, llega un momento de la ficción en que se anima a decirnos todo lo que sufre y, evidentemente, cómo le gustaría mostrarse frente a la sociedad. Para esto se disfraza e interpreta a: Sor Juana Inés de la Cruz, Salomé, Fedra, Tosca, Quevedo y Cervantes, citando a algunos de los personajes más representativos de la historia.
Toda la trama es una pieza artesanal en que frases, versos y acontecimientos son conjugados de tal modo que se puede disfrutar de la literatura en todo su esplendor, de la ópera y de una docente que se descubre como persona y mujer.
Cada expresión que esboza la convierte en esa persona que desearía ser. Pero no deseando ser otro ser, sino ella misma. Transformando su mentalidad, dejándola a la misma en reposo, para sentir abiertamente su esencia. Claro que la energía contenida se expresa de una manera no tan equilibrada pero, al menos, somos su sostén, sus alumnos -aquellos que desea tener para siempre-, sus confidentes y quienes seguramente desearía que ataquemos a la titular.
Con respecto a la titular, no significa que pretenda ser como ella sino lograr ciertas cosas que ésta sí pudo.
Todo su odio es desmedido, atroz, exagerado y poco redituable para su equilibrio mental, un desequilibrio que es mostrado a través de la palabra, la actuación y la danza -en que se satirizan determinadas canciones relacionadas con el hilo conductor principal-.
Sin embargo, gracias a esta primera clase (probablemente la última), logre hacer un click en su vida y cambie ciertos parámetros y rutinas para siempre.
Mientras la interacción con el público se establece como un lenguaje más, la unión de distintos autores se presenta para justificar un estilo de pensamiento y la experiencia de utilizar al teatro como herramienta de comunicación ideológica, suspicazmente -demostrando que una dramaturgia es capaz de contener diferentes lenguajes expresivos para abordar temáticas sociales interesantes, en crisis y ejemplificar a través de esta flor que, marchitándose, envejecía minutos tras minuto.
Mariela Verónica Gagliardi
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Escrito
en enero 9, 2019