*** ABRIL 2024 ***

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Un último deseo: morir dignamente

Arritmia7

En un lugar alejado, con alambrado bien desprolijo, están presentes dos ancianas muy particulares. Ellas son amigas, confidentes y tienen, por sobre todas las cosas, un sentido del humor excepcional.

Dentro de lo que sería un relato íntimo, estas dos mujeres (Graciela Pérez, Stella Testa) reirán sobre todo lo que les pasa, sobre cada afección que tengan sus cuerpos desgastados y, llegarán a la conclusión, de que no recuerdan ni sus propios nombres.

La demencia senil se apoderará de sus organismos, produciéndoles una carjada tras otra, como simulando que -a pesar de la oscuridad- aún les queda una mirilla de luz. Como ejemplifica la puesta en escena, casi en penumbras, dando sensación de agobio, tristeza, pena, frustración y una súplica al más allá.

Como tomando distancia del problema puntual que las aqueja, analizarán, muy detenidamente todo, y, revisarán, los componentes químicos de sus remedios. Una vez hecho esto, reflexionarán mucho, llegando a sentir que las enfermeras no desean curarlas sino todo lo contrario.

¿Una pastilla por día o un frasco completo?

La obra de teatro “Arritmia” (del grupo de San Miguel Simbueltas, escrita por Leonel Giacometo y dirigida por Fernando Armani), intenta demostrar la ambigüedad que tiene el envejecer, y, el deseo de vivir muchos años. Como si se tratara de cosas opuestas y a la vez semejantes, estas hermosas señoras nos darán una gran lección.

Llegar a mayor siendo cuidado por una persona extraña y desconocida, no será la mejor vejez. Ni la esperada ni la soñada, solo la que, a veces, toca.

En un sinfín de palabras que se van enredando, de a poco, todos los relatos de una y otra se unirán para no desesperarse tanto. Están juntas en esto y, desde ya que, sus propósitos, no están basados en decir adiós.

Cuando un corazón late fuerte, hay que asustarse y cuando late despacio, también. Siempre el estado anímico refleja a un cuerpo que más que partes es un todo único y armonioso.

Mientras una está en silla de ruedas, la otra la cuida; como si una estuviera en condiciones de hacerse cargo de su amiga. Ambas, chifladas, ríen y lloran de felicidad y melancolía. De pena e impotencia.

¿Qué se cree una enfermera como para suministrar un medicamente que puede provocar efectos secundarios?

¿Qué importa si se pierde un anciano o dos o tres o infinitos? ¿Para qué sirven estas viejas? – dirá mucha gente.

Ana y Ana son tiernas, humanas y sensibles, incapaces de hacer daño.

Cuando una se queda dormida, la otra se asusta y en cuanto la dramaturgia avanza, todo parece tomar un rumbo determinado. No puedo asumir qué final sería el ideal para la trama pero, aún, quedo insatisfecha, con bronca. Y es que verlas allí, desoladas, me traumó. No, no estoy loca. Simplemente, siento y pienso en cada uno de esos asilos para ancianos que son más pocilgas que hogares donde puedan sentirse queridos.

Seguramente, cada una tenga su familia o al menos personas cercanas. Pero cuando llegan a determinada edad, ¿a quiénes le sirven? Hay que cuidarlas, amarlas, protegerlas y procurar darles lo mejor.

Quizás, pueda soñar con crear un lugar para abrigar tanta maldad con caricias y transmitirles que ellas y todos ellos son fundamentales en el mundo. Sin cada uno no existirían esas vivencias pasadas cargadas de tanto aprendizaje y el aire se tornariá brumoso, pesado y asfixiante.

No puedo concebir que las Anas sean el reflejo de nuestra sociedad. Me cuesta asumirlo por más que sé con certeza que es así.

Además de un Estado competente, es inminente el cambio de mentalidad.

Cuando las píldoras se terminan, los cuerpos quedan inmóviles, tiesos, duros, desmayados.

Arritmia ficha

Mariela Verónica Gagliardi

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