Una leyenda azteca, narrada por la actriz Araceli Flores, sobre una serpiente emplumada llamada Quetzalcóatl -quien conoce a un conejo-. La sonrisa de la intérprete, quien contagia sus emociones a grandes y chicos, nos hace sentir una magia especial durante el espectáculo.
Esta serpiente recorre todo el mundo y galaxias posibles, hasta que decide internarse en el mar. Allí contempla a un pececito el cual intenta sacar un alga dentro de una roca. Pero el agua se empieza a evaporar y es entonces cuando Quetzalcóatl le lleva más líquido -hasta de las nubes- para que permanezca vivo.
La serpiente emplumada -tomada como un Dios por la cultura mexicana-, es representada gráficamente por la artista mediante una mesa de arena, la cual se proyecta en una pantalla y acapara la atención de los espectadores.
Uno de los recursos más utilizados por Araceli es la gesticulización, los movimientos y cada uno de los roles encarnados por ella. No hace
falta un elenco de actores cuando uno solo es capaz de dramatizar y transmitir sensaciones a su público.
Y la historia continúa con la aparición del conejo que tuvo la particularidad de plantar semillas, que se convirtieron en plantas -algunas hasta con flores-. Dicho animalito tan tiernamente intentaba concientizar a la serpiente acerca de la alimentación, pero ésta se resistía. Comida que le mencionaba, comida que ella decía que no le gustaba. Hasta que supo que consumía carne. Pero la serpiente no tenía intenciones de comerse al conejo, aunque él sí le brindó la opción de hacerlo.
Ambos se hicieron amigos y la serpiente abrazó a par, levantándolo tan alto que llegaron en cierto momento a la luna. Allí quiso hacerle un retrato -el cual quedó dentro de ésta- y más tarde lo llevó de regreso a la Tierra.
Lo más destacable de la narración fue la humildad con que se contaba cada fragmento de la leyenda, los instrumentos con los cuales se acompañaban, los muñecos confeccionados con elementos vegetales –los cuales representan a los distintos
personajes y los efectos en vivo realizados por Nicolás Lucociero.
De esta manera, grandes y chicos, pudimos disfrutar del último día de las vacaciones de invierno, acompañados de “Un conejo en la luna”, una historia sencilla pero excelentemente representada.

Escrito
en julio 28, 2013